El siguiente comentario cubre los capítulos 7 y 8.

¡Pobre de mí! este no fue el final de la historia. Dios, en Su bondad, aún debe velar por la infidelidad y los fracasos de Su pueblo, aun cuando no sean más que un pequeño remanente que por Su gracia ha escapado de la ruina. Él pone en el corazón de Esdras, un escriba listo en la ley de Moisés, que piense en el remanente en Jerusalén, que busque la ley de Jehová, para enseñarla y hacer que se observe. Aquí nuevamente es el rey gentil quien lo envía con este propósito a Jerusalén.

Toda bendición es de Dios, pero nada (excepto la profecía, en la que Dios era soberano, como ya hemos visto en el caso de Samuel en el momento de la caída del pueblo), nada en cuanto a autoridad viene inmediatamente de Dios. No podía pasar desapercibido el trono que Él mismo había establecido entre los gentiles sobre la tierra. E Israel era un pueblo terrenal.

El carácter de esta intervención de Dios por medio de la misión de Esdras es, creo, una prueba conmovedora de su bondad amorosa. Se adaptaba exactamente a las necesidades de la gente. No era poder. Eso había sido trasladado a otro lugar. Era el conocimiento de la voluntad y las ordenanzas de Dios, de la mente de Dios en la palabra. El rey mismo reconoció esto ( Esdras 7:25 ). Custodiado por la buena mano de su Dios, este hombre piadoso y devoto sube con muchos otros a Jerusalén.

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