El Señor testifica que Israel está aún más endurecido que cualquiera de las naciones paganas. La gente es "insolente y de corazón duro". Era necesario que Ezequiel tuviera la frente tan dura como el diamante para hablarles la palabra que tenía que declarar, diciendo: "Oirán, o dejarán de oír". El profeta es llevado por el poder del Espíritu en medio de los cautivos en Tel-abib.

Aunque la casa de Israel estaba endurecida, Dios distinguió un remanente; y de esta manera. El profeta debía advertir a los individuos: fue a esta obra a la que fue designado. Si su palabra fue recibida, el que escuchó debe ser perdonado. Ezequiel debe ser responsable del cumplimiento de este deber: pero cada uno debe cargar con las consecuencias de su propia conducta, después de haber oído la palabra. Así, el pueblo ya no es juzgado como un todo, como ocurría cuando todo dependía de la conducta pública de la nación o del rey.

Israel se había rebelado, pero aún así, el que escuchó la palabra vivirá. Dios estaba actuando de acuerdo con Su gracia paciente. El profeta vuelve a ver la gloria de Jehová por sí mismo, y el Espíritu le anuncia que no saldrá entre el pueblo, sino que estará preso en su casa, y que Dios hará que su lengua se pegue al techo de su boca; porque eran un pueblo rebelde, y, como pueblo, no se les debía dar la amonestación.

Dios, cuando quisiera, abriría la boca del profeta, y éste hablaría perentoriamente al pueblo, declarando la palabra de Jehová. Oiga que Jehová ya no suplicaría en amor, como lo había hecho.

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