Jeremias 38:1-28

1 Sefatías hijo de Matán, Gedalías hijo de Pasjur, Jucal hijo de Selemías y Pasjur hijo de Malquías oyeron las palabras que Jeremías hablaba a todo el pueblo, diciendo:

2 — Así ha dicho el SEÑOR: “El que se quede en esta ciudad morirá por la espada, por el hambre o por la peste. Pero el que se rinda a los caldeos vivirá; su vida le será por botín, y vivirá.

3 Así ha dicho el SEÑOR: Ciertamente esta ciudad será entregada en mano del ejército del rey de Babilonia, y la tomará”.

4 Entonces los magistrados dijeron al rey: — ¡Que muera este hombre! Pues de esta manera, al hablarles tales palabras, desmoraliza a los hombres de guerra que han quedado en esta ciudad, y a todo el pueblo. Porque este hombre no busca el bien de este pueblo, sino su mal.

5 El rey Sedequías dijo: — He allí, él está en las manos de ustedes. Porque nada puede el rey contra ustedes.

6 Entonces tomaron a Jeremías y lo hicieron echar en la cisterna de Malquías hijo del rey, que estaba en el patio de la guardia. Y bajaron a Jeremías con sogas. En la cisterna no había agua, sino lodo; y Jeremías se hundió en el lodo.

7 Ebedmelec el etíope, un funcionario que estaba en la casa del rey, se enteró de que habían metido a Jeremías en la cisterna. Y estando el rey sentado en la puerta de Benjamín,

8 Ebedmelec salió de la casa del rey y habló al rey diciendo:

9 — Oh mi señor el rey, estos hombres han actuado mal en todo lo que han hecho con el profeta Jeremías, a quien metieron en la cisterna. Allí morirá de hambre, pues no hay más pan en la ciudad.

10 Entonces el rey mandó al mismo Ebedmelec el etíope, diciendo: — Toma contigo treinta hombres de aquí y saca al profeta Jeremías de la cisterna antes que muera.

11 Entonces Ebedmelec tomó consigo a los hombres y entró en la casa del rey, al lugar que estaba debajo del depósito del tesoro, y tomó de allí trapos raídos y trapos rasgados, y los bajó con sogas a Jeremías en la cisterna.

12 Y Ebedmelec el etíope dijo a Jeremías: — Pon estos trapos raídos y rasgados en tus axilas, bajo tus brazos, debajo de las sogas. Así lo hizo Jeremías.

13 De esta manera sacaron a Jeremías con sogas, y lo subieron de la cisterna. Y Jeremías permaneció en el patio de la guardia.

14 Después el rey Sedequías mandó traer a su presencia al profeta Jeremías, a la tercera entrada que había en la casa del SEÑOR. Y el rey dijo a Jeremías: — Yo te voy a preguntar una cosa. No me encubras nada.

15 Jeremías dijo a Sedequías: — Si te lo revelo, ¿no me harás morir? Y si te doy consejo, no me escucharás.

16 Y el rey Sedequías juró en secreto a Jeremías diciendo: — Vive el SEÑOR que ha hecho nuestras almas, que no te haré morir, ni te entregaré en mano de esos hombres que buscan tu vida.

17 Entonces Jeremías dijo a Sedequías: — Así ha dicho el SEÑOR Dios de los Ejércitos, Dios de Israel: “Si de hecho te rindes a los oficiales del rey de Babilonia, vivirá tu alma, y esta ciudad no será incendiada. Así vivirás, tú y tu casa.

18 Pero si no te rindes a los oficiales del rey de Babilonia, esta ciudad será entregada en mano de los caldeos y la incendiarán, y tú no escaparás de sus manos”.

19 El rey Sedequías dijo a Jeremías: — Yo tengo miedo de los judíos que se han pasado a los caldeos, de que me entreguen en sus manos y se ensañen contra mí.

20 Jeremías le dijo: — No te entregarán. Escucha, por favor, la palabra del SEÑOR que yo te hablo, y te irá bien; y tu alma vivirá.

21 Pero si rehúsas rendirte, esta es la palabra que me ha revelado el SEÑOR:

22 “He aquí que todas las mujeres que han quedado en la casa del rey de Judá serán entregadas a los oficiales del rey de Babilonia. Y ellas mismas dirán: ‘Te incitaron y prevalecieron contra ti tus hombres más íntimos. Tus pies se hundieron en el lodo, y ellos se volvieron atrás’.

23 A todas tus mujeres y a tus hijos entregarán a los caldeos. Tú no escaparás de sus manos, sino que por mano del rey de Babilonia serás apresado, y esta ciudad será incendiada.

24 Entonces Sedequías dijo a Jeremías: — Nadie sepa de estas palabras, y no morirás.

25 Si los magistrados se enteran de que yo he hablado contigo y vienen a ti y te dicen: “Decláranos, por favor, qué hablaste con el rey, y dinos qué te dijo el rey. No nos lo encubras, y no te mataremos”,

26 les dirás: “He presentado al rey mi súplica para que no me haga volver a la casa de Jonatán, a morir allí”.

27 Vinieron, pues, a Jeremías todos los magistrados y lo interrogaron. Él les respondió conforme a todo lo que le había mandado el rey. Con esto dejaron de ocuparse de él, porque el asunto no había sido oído.

28 Y Jeremías permaneció en el patio de la guardia hasta el día en que fue tomada Jerusalén. Allí estaba él cuando Jerusalén fue tomada.

El siguiente comentario cubre los Capítulos 37 y 38.

El capítulo 37 nos presenta a Sedequías en el mismo estado de desobediencia. Se mantiene una apariencia de religión y, teniendo un momento de respiro que excita alguna esperanza, el rey busca una respuesta del Señor por medio de Su profeta. Pero las circunstancias favorables, por las que pudiera parecer que los impíos pueden escapar del juicio, no alteran la certeza de la palabra. Jeremías buscó aprovechar la oportunidad para evitar el juicio que vendría sobre la ciudad rebelde; pero esto sólo sirve para manifestar el odio del corazón al testimonio de Dios; y los príncipes del pueblo, acusando a Jeremías de favorecer al enemigo, porque proclamaba el juicio que había de caer sobre el pueblo por medio de ellos, lo pusieron en la cárcel.

Sedequías manifiesta algo de conciencia al soltarlo. En general, hay más conciencia en Sedequías personalmente que en algunos otros de los últimos reyes de Judá (ver Jeremias 37:21 y caps. 21; Jeremias 38:10 ; Jeremias 38:14 ; Jeremias 38:16 ).

Por eso, quizás, fueron aquellas pocas palabras de favor y misericordia dirigidas a él en Jeremias 34:5 . Pero era demasiado débil para permitir que su conciencia lo guiara por el camino de la obediencia (comparar Jeremias 38:2-12 ). Este último capítulo nos da la historia de su debilidad.

Sin embargo, en medio de toda esta escena de miseria e iniquidad encontramos algunos raros ejemplos de hombres justos; y, por terrible que sea Su juicio, Dios se acuerda de ellos; porque su juicio es terrible porque él es justo. Ebed-melec, que liberó a Jeremías, se salva. Baruch también preserva su vida; e incluso Sedequías, como hemos visto, es consolado con algunas palabras de aliento, aunque debe sufrir las consecuencias de sus faltas.

Los caminos de Dios son siempre perfectos, y si Sus juicios son como un torrente abrumador en cuanto al hombre, aun así todo, hasta el más mínimo detalle, está dirigido por Su mano; y los justos son perdonados. La prisión llega a ser aun lugar de seguridad para Jeremías, y Jehová se digna no sólo perdonar a Ebed-melec, sino enviarle testimonio directo de su favor por boca de Jeremías, para que entienda la bondad de Dios en quien había confiado

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