Jeremias 40:1-16

1 La palabra que vino a Jeremías de parte del SEÑOR, después que Nabuzaradán, capitán de la guardia, lo envió desde Ramá, cuando lo tomó, estando aprisionado con grilletes en medio de todos los cautivos de Jerusalén y de Judá que eran llevados cautivos a Babilonia.

2 El capitán de la guardia tomó interés en Jeremías y le dijo: “El SEÑOR tu Dios pronunció este mal contra este lugar,

3 y el SEÑOR lo ha traído y ha hecho según lo había dicho. Porque pecaron contra el SEÑOR y no escucharon su voz; por eso les ha venido esto.

4 Ahora, he aquí yo te libero de los grilletes que tienes en tus manos. Si te parece bien venir conmigo a Babilonia, ven, y yo cuidaré de ti. Pero si te parece mal venir conmigo a Babilonia, déjalo. Mira, toda la tierra está delante de ti; ve adonde mejor y más conveniente te parezca”.

5 Como aún no se volvía, le dijo: “Regresa a Gedalías hijo de Ajicam, hijo de Safán, a quien el rey de Babilonia ha puesto a cargo de las ciudades de Judá. Habita con él en medio del pueblo, o ve adonde te parezca más conveniente”. El capitán de la guardia le dio provisiones y obsequios, y lo despidió.

6 Entonces Jeremías se fue a Gedalías hijo de Ajicam, a Mizpa; y vivió con él en medio del pueblo que había quedado en el país.

7 Todos los jefes de los soldados que estaban en el campo, ellos y sus hombres, oyeron que el rey de Babilonia había puesto a Gedalías hijo de Ajicam sobre la tierra, y que le había encomendado los hombres, las mujeres, los niños y los pobres de la tierra que no fueron llevados cautivos a Babilonia.

8 Luego fueron a Gedalías en Mizpa: Ismael hijo de Netanías, Johanán y Jonatán hijo de Carea, Seraías hijo de Tanjumet, los hijos de Efai, de Netofa, y Jazanías hijo de cierto hombre de Maaca. Fueron ellos y sus hombres.

9 Entonces Gedalías hijo de Ajicam, hijo de Safán, les juró a ellos y a sus hombres, diciendo: “No tengan temor de servir a los caldeos. Habiten en la tierra y sirvan al rey de Babilonia, y les irá bien.

10 En cuanto a mí, he aquí que yo habito en Mizpa para servir a los caldeos que vengan a nosotros. Pero ustedes, tomen vino, frutas de verano y aceite; pónganlo en sus vasijas y habiten en las ciudades que han tomado”.

11 Asimismo, todos los judíos que estaban en Moab, entre los hijos de Amón y en Edom, y los que estaban en todos los países, cuando oyeron decir que el rey de Babilonia había dejado a Judá un remanente y que había puesto frente a ellos a Gedalías hijo de Ajicam, hijo de Safán,

12 entonces todos estos judíos volvieron de todas las partes a donde habían sido expulsados. Se fueron a la tierra de Judá, a Gedalías, en Mizpa, y recolectaron vino y muchísimas frutas de verano.

13 Entonces Johanán hijo de Carea y todos los oficiales de los soldados que estaban en el campo fueron a Gedalías en Mizpa,

14 y le dijeron: — ¿Sabes que Baalis, rey de los hijos de Amón, ha enviado a Ismael hijo de Netanías para matarte? Pero Gedalías hijo de Ajicam no les creyó.

15 Entonces Johanán hijo de Carea habló a Gedalías en secreto, en Mizpa, diciendo: — Permite que yo vaya y mate a Ismael hijo de Netanías, y nadie lo sabrá. ¿Por qué te ha de quitar la vida, de modo que todos los judíos que se han agrupado alrededor de ti sean dispersados y perezca el remanente de Judá?

16 Pero Gedalías hijo de Ajicam dijo a Johanán hijo de Carea: — ¡No hagas tal cosa, porque es falso lo que tú dices acerca de Ismael!

El siguiente comentario cubre los Capítulos 39 al 44.

Después de esto, el capítulo 39 y los capítulos siguientes nos dan la historia de la confusión e iniquidad que reinó entre el remanente que no fue llevado cautivo a Babilonia, para que fueran esparcidos y todos llevaran cabalmente el juicio que Dios había pronunciado. Sin embargo, si en esta última hora este remanente se hubiera sometido al yugo de Nabucodonosor, la paz hubiera reinado en la tierra, y estos pocos que quedaron la hubieran poseído.

Pero algunos se rebelan, y los otros temen las consecuencias de su locura. No hay idea de confiar en Jehová. Consultan a Jeremías, pero se niegan a obedecer la palabra del Señor de su boca. Se refugian en Egipto para escapar de Nabucodonosor, pero solo para caer bajo la espada que los habría perdonado en Judea, si hubieran permanecido allí sujetos al rey. En Egipto se entregan a la idolatría, para que la ira de Dios caiga sobre ellos hasta el final. Sin embargo, Dios perdonaría incluso a un pequeño remanente de estos, pero Faraón-hofra, en quien confiaban, debería ser entregado en manos de Nabucodonosor, como lo había sido Sedequías.

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