El siguiente comentario cubre los capítulos 14 y 15.

Dios se vale del matrimonio de Sansón con una mujer filistea para castigar a ese pueblo. Sin embargo, en la frescura de su fuerza, su corazón con Jehová, y movido por el Espíritu Santo, Sansón actúa con el poder de esta fuerza en medio de los enemigos que ha levantado contra él; y, de hecho, él nunca se casa con esta mujer filistea. He dicho que Dios usó esta circunstancia. Es así que Él puede usar esta fuerza espiritual de la asamblea, siempre que en el corazón se adhiera a Él, aunque su andar no sea fiel o tal que Él pueda aprobar.

Porque es evidente que el matrimonio de Sansón con una hija de Timnat fue un pecado positivo, una violación flagrante de las ordenanzas de Jehová, que de ninguna manera se justifica por la bendición que el Señor le otorgó cuando fue agraviado por los filisteos. No fue en su matrimonio que encontró bendición, sino todo lo contrario. En consecuencia, Sansón no tiene a Israel con él en los conflictos ocasionados por su matrimonio; el Espíritu de Dios no actúa sobre el pueblo como lo hizo en el caso de Gedeón, Jefté o Barac.

Además, cuando se trata del nazareato, debe esperarse la oposición del pueblo de Dios. Un nazareo se levanta en medio de ellos, porque ellos mismos ya no están así separados para Dios. Y siendo así, están sin fuerza, y dejarán que el mundo los gobierne, con tal de que les quede la paz exterior; y no quieren que nadie actúe en la fe, porque esto inquieta al mundo y lo incita contra ellos.

"¿No sabes", dijo Israel, "que los filisteos son gobernantes sobre nosotros?" Aun cuando reconocen a Sansón como uno de ellos, los israelitas desean entregarlo a los filisteos para mantener la paz. Pero en la parte de la vida de Sansón que tenemos ahora ante nosotros, hay algunos detalles que requieren más atención.

Su matrimonio fue un pecado. Pero la separación del pueblo de Dios ya no tenía esa medida de aplicación práctica que la mente de Dios le había asignado. El hecho en sí era inexcusable, porque tenía su origen en la voluntad de Sansón, y éste no había buscado el consejo de Dios. Pero, por influencia de las circunstancias, no era consciente en ese momento del mal que estaba cometiendo, y Dios le permitió buscar la paz y la amistad con el mundo cananeo (es decir, el mundo dentro del recinto del pueblo de Dios ), en lugar de hacerles la guerra; de modo que, en cuanto a los filisteos, Sansón tenía razón de su parte en las contiendas que siguieron.

Antes de casarse, Sansón había matado al león y había encontrado miel en su cadáver. Tenía la fuerza de Dios mientras caminaba en su integridad. Este es el "enigma", el secreto del pueblo de Dios. El león no tiene fuerza contra el que pertenece a Cristo. Cristo ha destruido la fuerza del que tenía el poder de la muerte. Por el poder del Espíritu de Cristo nuestra guerra es victoria, y de ella brota miel. Pero esto se lleva a cabo en el secreto de la comunión con el Señor.

David mantuvo mejor este lugar en la sencillez del deber. Sansón no se apartó de esas conexiones con el mundo a las que fácilmente conducía la condición del pueblo. Este es siempre el peligro de un cristiano. Pero cualquiera que sea su ignorancia, si los hijos de Dios hacen alguna alianza con el mundo, y así siguen una línea de conducta opuesta a su verdadero carácter, seguramente encontrarán desilusión.

No se mantienen apartados para Dios; no guardan su secreto con Dios, un secreto que sólo se conoce en comunión con Él mismo. Su sabiduría se pierde, el mundo los seduce, su relación con el mundo se vuelve peor que antes, y el mundo los desprecia y sigue su propio camino, a pesar de su indignación por su comportamiento hacia ellos.

¿Qué tenía que hacer Sansón allí? Su propia voluntad (cap. 15) está en ejercicio y participa en el uso de esa fuerza que Dios le había dado (como Moisés cuando mató al egipcio). Siempre llevamos un poco del mundo con nosotros cuando, siendo hijos de Dios, nos hemos mezclado con él. Pero Dios hace uso de esto para separarnos por la fuerza y ​​por completo de él, haciendo imposible la unión al ponernos en conflicto directo con el mundo incluso en aquellas mismas cosas que habían formado nuestra conexión con él.

Será mejor que nos hayamos mantenido separados. Pero es necesario que Dios nos trate así, cuando esta unión con el mundo se convierte en algo habitual y tolerado en la iglesia [1]. Las circunstancias más escandalosas pasan desapercibidas. ¡Piensa en un nazareo casado con una filistea! Dios debe romper una unión como esta haciendo surgir enemistades y hostilidades, ya que no hay inteligencia de esa cercanía moral a Dios que separa del mundo, y da esa quietud de espíritu que, encontrando su fuerza en Dios, puede vencer y expulsar al enemigo, cuando Dios conduce al conflicto por la clara revelación de su voluntad.

Pero si estamos ligados al mundo, éste siempre tendrá dominio sobre nosotros; no tenemos derecho a resistir las demandas de cualquier relación que nosotros mismos hayamos formado. Podemos acercarnos al mundo, porque la carne está en nosotros. El mundo no puede realmente acercarse a los hijos de Dios, porque sólo tiene su propia naturaleza caída y pecaminosa. La aproximación es toda de un lado y siempre en el mal, cualquiera que sea la apariencia. Dar testimonio en medio del mundo es otra cosa.

Por lo tanto, no podemos alegar el secreto del Señor, la relación íntima del pueblo de Dios con Él mismo, y los sentimientos que producen; porque el secreto y la fuerza del Señor son exclusivamente el derecho y la fuerza de Su pueblo redimido. ¿Cómo podría decirle esto a su esposa filistea? ¿Qué influencia tendrían los privilegios exclusivos del pueblo de Dios sobre alguien que no es de su número? ¿Cómo podemos hablar de estos privilegios cuando los repudiamos por la misma relación en la que nos encontramos? Los repudiamos al impartir este secreto; porque entonces cesamos de estar separados y consagrados a Dios, y de confiar en Él como no podemos hacerlo en ningún otro.

Esta experiencia debería haber preservado a Sansón, para el futuro, de un paso similar. Pero en muchos aspectos la experiencia es inútil en las cosas de Dios, porque necesitamos la fe en el momento; porque es Dios mismo a quien necesitamos. Sin embargo, aquí Sansón todavía conserva su fuerza. La voluntad soberana de Dios se cumple en este asunto, a pesar de las gravísimas faltas que resultaron del estado general de cosas en que participó Sansón. Una vez en el campo de batalla, exhibe la fuerza de Jehová que estaba con él; y en respuesta a su clamor, Jehová le suple agua para su sed (cap. 15).

Es aquí donde termina esta historia general de Sansón. Hemos visto que el pueblo de Dios, sus hermanos, estaban en contra de él, la regla general en tal caso. Es la historia del poder del Espíritu de Cristo ejercido en el nazareato, en la separación del mundo para Dios; pero en medio de una condición enteramente opuesta a esta separación; y en la que el que se sostiene por el poder de este Espíritu, encontrándose de nuevo en su esfera habitual, está siempre en peligro de ser infiel; y tanto más (a menos que viva muy cerca de Dios en el reposo de la obediencia) de su conciencia de fuerza.

Cristo exhibió la perfección de un andar celestial en circunstancias similares. Vemos que nadie entendió la fuente de Su poder, o Su autoridad. Debe haber renunciado a toda esperanza de satisfacer a los hombres con respecto a los principios por los que se guiaba. Deben haber sido como Él para comprenderlo, y entonces no habrían necesitado ser convencidos. Caminar delante de Dios y dejar Su justificación con Dios era todo lo que se podía hacer.

Hizo callar a sus enemigos por los bien conocidos principios de Dios y de toda buena conciencia; pero no pudo revelar el secreto entre Él y el Padre, el elemento de Su vida y el manantial de todas Sus acciones. Si la verdad salió a la luz, cuando Satanás llevó las cosas tan lejos que no se podía decir nada más, sus enemigos lo trataron como un blasfemo y Él los denunció abiertamente como hijos de Satanás. Encontramos esto particularmente en el Evangelio de Juan (ver cap.

8). Pero en ese momento Jesús ya no tenía la misma relación con la gente. En efecto, desde el comienzo de este Evangelio, son tratados como rechazados, y se presenta la Persona del Hijo de Dios.

Desde el comienzo de Su ministerio, mantuvo el lugar de un siervo obediente, no entrando en el servicio público hasta que fue llamado por Dios, después de haber tomado el lugar más bajo en el bautismo de Juan. Este fue el punto en cuestión cuando fue tentado en el desierto. El tentador se esforzó en hacerlo salir de su lugar como hombre obediente, porque era el Hijo de Dios. Pero el hombre fuerte estaba atado allí: permanecer en la obediencia es la única manera de atar al adversario.

Cristo caminó siempre en esta perfecta separación del hombre interior, en comunión con Su Padre, y entera dependencia de Él en obediencia sin un solo momento de obstinación. Por eso fue el más misericordioso y accesible de los hombres: observamos en sus caminos una ternura y una bondad nunca vistas en el hombre, pero siempre sentimos que era un extraño. No es que Él haya venido a ser un extraño en Su relación con los hombres; pero lo que yacía en lo más profundo de su propio corazón, lo que constituía su naturaleza misma y, en consecuencia, guiaba su caminar en virtud de su comunión con el Padre, era completamente extraño a todo lo que influye en el hombre.

Se quedó enfáticamente solo. Llama la atención que ni una sola vez sus discípulos entendieron lo que dijo. El único rastro de un corazón que iba con Él fue María en Betania; y eso había que contárselo al mundo entero. En Él, simpatía por todo dolor; para los suyos, ninguno.

Este espíritu de abnegación, renuncia total a Su propia voluntad, obediencia y dependencia de Su Padre, se ve a lo largo de la vida de Jesús. Después del bautismo de Juan, Él estaba orando cuando recibió el Espíritu Santo. Antes de llamar a los apóstoles pasó toda la noche en oración. Después del milagro de alimentar a los cinco mil con cinco panes, subió a una montaña aparte para orar. Si se pide sentarse a Su derecha ya Su izquierda en Su reino, no es Suyo darlo, sino aquellos para quienes está preparado por Su Padre.

En Su agonía de Getsemaní, Su expectativa y temor de muerte se presenta ante Su Padre; y la copa que su Padre le ha dado, ¿no la beberá? El efecto es que todo está en calma ante los hombres. Él es el nazareo, separado de los hombres por su entera comunión con su Padre, y por la obediencia de un Hijo que no tuvo otra voluntad que cumplir el beneplácito de su Padre. Su alimento era hacer la voluntad de Aquel que lo envió, y terminar Su obra.

Pero fue cuando el hombre no quiso recibirlo, y ya no había relación alguna entre el hombre y Dios, que Jesús asumió plenamente su carácter de nazareo, apartado de los pecadores, hecho más sublime que los cielos. Es Cristo en el cielo quien es el verdadero nazareo, y quien, habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, lo ha enviado sobre sus discípulos, para que, por el poder del Espíritu Santo, puedan mantener la misma posición en la tierra, por la comunión con Él y con su Padre; caminando en la separación de esta comunión, y por lo tanto capaces de usar este poder con una inteligencia divina que ilumine y sostenga la obediencia para la cual son apartados para la gloria de Cristo, y para Su servicio.

"Si permanecéis en mí", dijo a sus discípulos, "y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queráis, y os será hecho". Ellos no eran del mundo, así como Él no era del mundo. La asamblea, que fue formada por sus discípulos, debe andar como separada del mundo y apartada para sí mismo en una vida celestial.

Cristo es entonces el antitipo de la historia de Sansón, en cuanto al principio que contiene. Pero su detalle prueba que este principio de fuerza ha sido confiado a aquellos que fueron ¡ay! pero demasiado capaz de fallar en la comunión y la obediencia, y así perder su disfrute.

Nota 1

En esta unión, cuando se da entre el mundo y los verdaderos cristianos, o por lo menos los que profesan la verdad, el mundo siempre manda; cuando, por el contrario, es con la jerarquía que el mundo está conectado, entonces es una jerarquía supersticiosa la que gobierna, pues ésta es necesaria para refrenar la voluntad del hombre por lazos religiosos adaptados a la carne.

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