13. Y tomó de lo que tenía a su alcance. Al intentar apaciguar a su hermano con regalos, no actúa desconfiadamente como si dudara de si estaría seguro bajo la protección de Dios. Esto, de hecho, es un error muy común entre los hombres: después de orar a Dios, se agitan y se afanan, y traman subterfugios vanos para sí mismos. Pero el principal beneficio de la oración es esperar al Señor en silencio y calma. Sin embargo, el propósito del hombre santo no era preocuparse y atormentarse, como alguien descontento con la única ayuda de Dios. Aunque estaba completamente convencido de que tener a Dios propicio sería suficiente, no dejó de usar los medios que estaban en su poder, dejando el éxito en manos de Dios. Porque aunque mediante la oración desprendemos nuestras preocupaciones a Dios para tener mentes tranquilas y serenas, esta seguridad no debe hacernos indolentes. El Señor quiere que todos los auxilios que nos brinda sean aplicados. Pero la diligencia de los piadosos difiere mucho de la actividad inquieta del mundo; porque el mundo, confiando en su propia industria, independientemente de la bendición de Dios, no considera lo que es correcto o lícito; además, siempre está en temor y, con su bullicio, aumenta cada vez más su propia inquietud. Los piadosos, en cambio, esperando el éxito de su labor solo de la misericordia de Dios, aplican sus mentes en buscar medios, por esta única razón: para no enterrar los dones de Dios por su propia inercia. Cuando han cumplido con su deber, siguen dependiendo de la misma gracia de Dios; y cuando ya no queda nada que intentar, aún así están en paz.

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