5. Y el terror de Dios estaba sobre las ciudades. Ahora aparece manifiestamente que la liberación prometida al hombre santo por Dios no fue en vano; pues, en medio de tantas espadas hostiles, sale no solo a salvo, sino sin perturbaciones. Con la destrucción de los shequemitas, todos los pueblos vecinos se inflamaron de enemistad contra una sola familia; sin embargo, nadie se mueve para vengarse. La razón la explica Moisés, que el terror de Dios había caído sobre ellos, lo que reprimió sus violentos asaltos. De aquí aprendemos que los corazones de los hombres están en manos de Dios; que puede infundir valor a aquellos que son débiles en sí mismos; y, por otro lado, ablandar su dureza de hierro cuando así lo desea. A veces, ciertamente, permite que muchos arrojen la espuma de su orgullo, contra quienes luego opone su poder: pero a menudo debilita con el miedo a aquellos que eran naturalmente valientes como leones: así encontramos a estos gigantes, que eran capaces de devorar a Jacob cien veces, tan atemorizados que desfallecen. Por lo tanto, cada vez que veamos a los impíos empeñados furiosamente en nuestra destrucción, para que nuestros corazones no falten de miedo y no sean quebrantados por la desesperación, recordemos este terror de Dios, con el cual la rabia, por más furiosa que sea, de todo el mundo puede ser fácilmente sometida

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