37. Y estaban aterrorizados y asustados. John no menciona este terror; pero como también dice que Cristo mostró sus manos y costados a los discípulos, podemos conjeturar que él había omitido alguna circunstancia. Tampoco es nada inusual con los evangelistas, cuando apuntan a la brevedad, mirar solo una parte de los hechos. De Luke también nos enteramos de que el terror que les excitaba la extrañeza del espectáculo era tal que no se atrevían a confiar en sus ojos. Pero hace poco, habían llegado a la conclusión de que el Señor había resucitado (versículo 34) y habían hablado de ello sin vacilar como un asunto completamente comprobado; y ahora, cuando lo miran con los ojos, sus sentidos se asombran, de modo que piensan que es un espíritu. Aunque este error, que surgió de la debilidad, no estaba exento de culpa, aun así no se olvidaron hasta el momento de tener miedo a los encantamientos. Pero aunque no pensaron que se les imponía, aún están más inclinados a creer que el Espíritu les exhibe una imagen de la resurrección en visión, que el mismo Cristo, quien recientemente murió en la cruz, está vivo y presente. Entonces, no sospecharon que esta era una visión destinada a engañarlos, como si hubiera sido un fantasma ocioso, pero, asustados por el miedo, solo pensaron que se les había exhibido en espíritu lo que realmente se les había presentado ante sus ojos.

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