11. No te alejes de mí. Aquí emplea otro argumento para inducir a Dios a que le muestre misericordia, alegando que está muy presionado y acorralado por la mayor angustia. Indudablemente puso ante sus ojos el oficio que las Escrituras atribuyen a Dios de socorrer a los miserables, y de estar más dispuestos a ayudarnos cuanto más nos afligen. Incluso la desesperación misma, por lo tanto, sirvió como una escalera para elevar su mente al ejercicio de la oración devota y ferviente. De la misma manera, el sentimiento que tenemos de nuestras aflicciones debería entusiasmarnos a refugiarnos bajo las alas de Dios, que al otorgarnos su ayuda, puede demostrar que tiene un profundo interés en nuestro bienestar.

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