16 En lugar de tus padres serán tus hijos Esto también sirve para mostrar la gloria y la excelencia trascendente de este reino, es decir, que los hijos no serán inferiores en dignidad a sus padres, y que la nobleza de la raza no disminuirá después de la muerte de Salomón; porque los hijos que le nacerán serán iguales a los que los precedieron en las más excelentes virtudes. Luego se agrega, que serán príncipes en toda la tierra, porque el imperio gozará de tal dominio en cada lado, que podría dividirse fácilmente en muchos reinos. Es fácil deducir que esta profecía se habla expresamente acerca de Cristo; porque hasta ahora los hijos de Salomón no tenían un reino de tal grado, que lo dividió en provincias entre ellos, que su primer sucesor retuvo solo una pequeña porción de su reino. No hubo ninguno de sus verdaderos y legítimos sucesores que obtuvieron el mismo poder que él había disfrutado, pero siendo príncipes solo sobre una tribu y media de la gente, fueron, por esta razón, encerrados dentro de límites estrechos y, como nosotros digamos, les cortaron las alas. (173) Pero a la venida de Cristo, que apareció al final de la Iglesia antigua, y al comienzo de la nueva dispensación, es una verdad indudable, que los hijos fueron engendrados por él, que eran inferiores en ningún aspecto a sus padres, ya sea en número o en excelencia, y a quienes él estableció como gobernantes en todo el mundo. En la estimación del mundo, la ignominia de la cruz oscurece la gloria de la Iglesia; pero cuando consideramos cuán maravillosamente ha aumentado y cuánto se ha distinguido por los dones espirituales, debemos confesar que no es sin causa que su gloria se celebra en este pasaje celebrado en un lenguaje tan sublime. Sin embargo, debe observarse que la soberanía, de la que aquí se hace mención, no consiste en las personas de los hombres, sino que se refiere a la cabeza. De acuerdo con un modo frecuente de expresión en la Palabra de Dios, el dominio y el poder que pertenecen propiamente a la cabeza, y son aplicables peculiarmente a Cristo, se atribuyen en muchos lugares a sus miembros. Sabemos que aquellos que ocupan puestos eminentes en la Iglesia, y que gobiernan en nombre de Cristo, no ejercen un dominio señorial, sino que actúan como servidores. Como, sin embargo, Cristo les ha confiado su Evangelio, que es el cetro de su reino, y les ha confiado su custodia, ejercen, de algún modo, su poder. Y, de hecho, Cristo, por sus ministros, ha sometido a su dominio al mundo entero, y ha erigido tantos principados bajo su autoridad como ha habido iglesias reunidas con él en diversas naciones por su predicación.

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