3 He hecho un pacto con mi elegido. (524) Cuanto más efectivamente se confirme a sí mismo y a todos los piadosos en la fe de la promesa Divina, presenta a Dios mismo como hablando y sancionando, por su autoridad, lo que se había dicho en el verso anterior. Como la fe debería depender de la promesa Divina, esta forma de hablar, mediante la cual Dios es representado como presentando y atrayéndonos a sí mismo con su propia voz, es más fuerte que si el profeta mismo hubiera dicho el hecho. Y cuando Dios de esta manera nos anticipa, no podemos ser acusados ​​de imprudencia al llegar familiarmente a él; aun cuando, por el contrario, sin Su palabra, no tenemos fundamento para suponer que él será amable con nosotros, o esperar, por la mera sugerencia de nuestra propia imaginación, de lo que no ha prometido. Además, la verdad de la promesa se vuelve aún más irrefutable, cuando Dios declara haber hecho un pacto con su siervo David, ratificado por su propio juramento solemne. Habiendo sido costumbre en la antigüedad grabar ligas y convenios en tablas de bronce, aquí se usa una metáfora prestada de esta práctica. Dios aplica a David dos títulos de distinción, llamándolo tanto su elegido como su siervo. Aquellos que referirían la antigua denominación a Abraham no prestan suficiente atención al estilo del Libro de los Salmos, en el cual es bastante común que una cosa se repita dos veces. David es llamado el elegido de Dios, porque Dios, por su propia buena voluntad, y por ninguna otra causa, lo prefería no solo a la posteridad de Saúl y a muchos personajes distinguidos, sino incluso a sus propios hermanos. Si, por lo tanto, se busca la causa u origen de este pacto, necesariamente debemos recurrir a la elección Divina.

No debe entenderse que el nombre de siervo, que sigue inmediatamente después, implica que David, por sus servicios, mereció algo de la mano de Dios. Se le llama el siervo de Dios con respecto a la dignidad real, en la cual no se había impulsado precipitadamente, después de haber sido investido por el gobierno de Dios y haberlo emprendido en obediencia a su llamado legal. Sin embargo, cuando consideramos lo que el pacto contiene sumariamente, concluimos que el profeta no lo ha aplicado de manera inapropiada para su propio uso y para el uso de todo el pueblo; porque Dios no entró en él con David individualmente, sino que tenía un ojo en todo el cuerpo de la Iglesia, que existiría de era en era. La frase, estableceré tu trono para siempre, debe entenderse en parte de Salomón y el resto de los sucesores de David; pero el profeta sabía bien que la perpetuidad o la duración eterna, en el sentido estricto y apropiado, solo podían verificarse en Cristo. Al ordenar a un hombre para que fuera rey, Dios ciertamente no respetaba solo una casa, mientras olvidaba y descuidaba a las personas con las que había hecho su pacto en la persona de Abraham; pero él confirió el poder soberano a David y a sus hijos, para que pudieran gobernar por el bien común de todos los demás, hasta que el trono pudiera ser verdaderamente establecido por el advenimiento de Cristo.

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