Los llevó al rey de Babilonia para que los dispusiera como mejor le pareciera, pues no eran personas vulgares como las que había ordenado llevar cautivas o dejar en la tierra. El rey de Babilonia los hirió y ordenó que todos fueran ejecutados, cuando con razón podían haber esperado que seguramente la amargura de la muerte hubiera pasado. Probablemente los consideraba personas que se habían opuesto activamente a él; pero la justicia divina, podemos suponer, los vio como líderes del círculo en esa idolatría e impiedad que fueron castigadas por estas desolaciones. Entonces Judá fue sacado de su tierra. Esto completó su calamidad, como ochocientos sesenta años después de que Josué los pusiera en posesión de Canaán.

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