El rey de Israel pasaba por el muro para dar las direcciones necesarias para la defensa de la ciudad contra el asalto; para ver si los varios guardias estaban atentos y diligentes, y si sus órdenes fueron ejecutadas, y para observar los movimientos del enemigo. Allí le gritó una mujer: Socorro, señor mío, oh rey. ¿ A dónde debe ir en busca de ayuda el súbdito angustiado, sino al príncipe, que es por oficio el protector del bien y el vengador del mal? Él dijo: Si el Señor no te ayuda, ¿de dónde te ayudaré? ¿Me pides maíz o vino, que yo quiero para mí? Si Dios no te ayuda, yo no puedo. O sus palabras pueden ser consideradas como el lenguaje de la pasión o la desesperación, y traducirse: El Señor no lo hará y no puedo ayudarte.

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