Y desollará el holocausto: él, es decir, el oferente, como se suele pensar. Abrabenel afirma que el dueño del sacrificio le impuso las manos, lo mató, lo desoló, lo cortó y le lavó las entrañas; y luego el sacerdote recibió la sangre en un vaso, la roció, prendió fuego sobre el altar, puso la leña sobre el fuego y colocó los pedazos de los sacrificios sobre la leña.

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