Verso 28. El león no se había comido el cadáver, ni desgarrado el asno.  Todo aquí era sobrenatural. El león, aunque había matado al hombre, no lo devora; el asno permanece quieto, sin temer al león; y el león no intenta desgarrar el asno: ambos se yerguen como guardianes del profeta caído. ¡Cuán evidente es la mano de Dios en todo!

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