CAPÍTULO XXVI

Esta profecía, que comienza aquí y termina en el versículo vigésimo

del capítulo veintiocho, es una declaración de los juicios

de Dios contra Tiro, ciudad comercial muy famosa de la

antigüedad, que fue tomada por Nabucodonosor tras un

asedio de trece años. El profeta comienza presentando a

Tiro insultando a Jerusalén, y felicitándose de 

su comercio, ahora que esta ciudad ya no existía, 1, 2.

Dios denuncia la destrucción total de Tiro y de las 

ciudades que dependían de ella, 3-6.

Tenemos entonces un relato particular de la persona levantada en

en el curso de la providencia divina para llevar a cabo esta obra.

Vemos, por así decirlo, sus poderosas huestes, (que se comparan a las

olas del mar por su multitud,) levantando los montículos,

poniendo las máquinas y sacudiendo los muros; oímos el ruido

de los jinetes y el ruido de sus carros; vemos las nubes


de humo y polvo; vemos la espada bañada en sangre, y oímos


los gemidos de los moribundos. Tiro, (cuyos edificios eran muy

espléndidos y magníficos, y cuyas murallas tenían ciento 

cincuenta pies de altura, con una anchura proporcionada,)

inmediatamente desaparece; sus fuertes (y como ella pensaba

inexpugnables) fueron derribadas, y su mismo polvo fue

enterrado en el mar. No queda más que la roca desnuda, 7-14.

La escena cambia. Las islas y regiones adyacentes, mediante una figura

muy fuerte y hermosa, se representan para ser sacudidas,

como con un gran terremoto por la conmoción violenta causada por

la caída de Tiro. Los gemidos de los moribundos llegan a los oídos de los

pueblos que habitan estas regiones. Sus príncipes, alarmados

y afligidos por Tiro, descienden de sus tronos,

se despojan de sus vestiduras y se visten no con arpillera,

sino con temblor. Ataviados con este asombroso atuendo, el

profeta los presenta como un coro de plañideras, lamentándose de Tiro

en un canto fúnebre, como de costumbre en la muerte de

personajes ilustres. Y siguiendo con la misma imagen,

en la persona de Dios, realiza el último triste oficio por ella.

Se la saca de su lugar con pompa solemne, se le cava la fosa 

 y es enterrada, para no levantarse más, 15-21.

Tal es la profecía sobre Tiro, que comprende tanto 

la ciudad del continente y la de la isla, y se cumplió puntualmente

en ambas. La del continente fue arrasada por Nabucodonosor 

en el año 572 a.C., y la de la isla por Alejandro Magno, 332 a.C. 

Y en la actualidad, y durante siglos, esta antigua y renombrada ciudad, 

una vez el emporio del mundo, y por su gran superioridad naval centro 

poderosa monarquía, es literalmente lo que el profeta

ha predicho repetidamente que sería, y lo que en su tiempo fue,

humanamente hablando, tan altamente improbable-una roca desnuda, un 

lugar para tender las redes.

 

NOTAS SOBRE EL CAP. XXVI

Versículo Ezequiel 26:1 . El undécimo año. Este fue el año en que Jerusalén fue tomada; el undécimo del cautiverio de Jeconías, y el undécimo del reinado de Sedequías. No se nos dice qué mes , aunque se menciona el día . Ha habido muchas conjeturas sobre esto, que no son de suficiente importancia para ser detalladas.

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