Verso Mateo 11:8. ¿Un hombre vestido con ropas suaves? 

Una segunda excelencia de Juan fue su vida sobria y mortificada. Un predicador del Evangelio no debe tener nada en él que tenga sabor a afeminamiento y pompa mundana: está terriblemente equivocado quien piensa prevalecer sobre el mundo para que lo escuche y reciba la verdad, conformándose a sus modas y costumbres. Exceptuando el mero color de su ropa, apenas podemos distinguir ahora a un predicador del Evangelio, ya sea en el establecimiento del país, o fuera de él, del mero hombre mundano. Los volantes, el polvo y el hombre frívolo parecen prevalecer universalmente. Así la Iglesia y el mundo comienzan a darse la mano, este último aún conservando su enemistad con Dios. ¿Cómo pueden actuar de esta manera los que profesan predicar la doctrina de la cruz? ¿No es un predicador mundano, en el sentido más peculiar, una abominación a los ojos del Señor?

Están en las casas de los reyes... Una tercera excelencia en Juan fue que no afectó las cosas elevadas. Se contentaba con vivir en el desierto y anunciar las verdades solemnes y severas de su doctrina a los simples habitantes del país. Obsérvese bien, que el predicador que se amolda al mundo con su ropa, nunca está en su altura sino cuando frecuenta las casas y las mesas de los ricos y grandes.

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