Entonces un heraldo clamó en voz alta: A ustedes se les ordena, oh pueblos, naciones y lenguas,

(d) Estas son las dos armas peligrosas que Satanás usó para luchar contra los hijos de Dios, el consentimiento de la multitud y la crueldad del castigo. Porque aunque algunos temían a Dios, la multitud que consintió en la maldad los persuadió: y aquí el Rey no requirió un consentimiento interno, sino un gesto externo, para que los judíos aprendieran poco a poco a olvidar su verdadera religión.

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