Los animales, tanto salvajes como domésticos, aparecen frecuentemente en las páginas de la Biblia. Había animales puros e impuros y se los conocía por las clasificaciones detalladas de la ley de Moisés y que cada israelita ciertamente conocía bien. El ganado, especialmente, era cosa de la vida diaria del pueblo hebreo. Antes de la invención de la moneda la riqueza se medía por la cantidad de rebaños que se poseían. Abraham tenía tantos rebaños que entró en dificultades con su pariente Lot por el control de los pastos (Gn. 16:6). Ya cuando el pueblo de Dios estaba establecido en la tierra de Canaán cada familia tenía una porción de terreno en la cual apacentar los animales. Un hombre justo se preocupaba por «la vida de sus animales» (Pr. 12:10).

Moisés hace una simple clasificación de los animales en cuatro categorías, basándose únicamente en su sistema de locomoción:

(a) Cuadrúpedos: Todos los cuadrúpedos terrestres, exceptuando aquellos cuyas patas no les dan la suficiente altura y parece que se arrastran, como el lagarto y el cocodrilo.

(b) Aves: Todos los animales que poseen alas, incluidos los insectos alados.

(c) Peces: Cuantos animales nadan en el agua, entre ellos los cetáceos.

(d) Reptiles: Todos los reptiles y los animales que, sin serlo, parecen que se arrastran, como ratones, topos, etc. 

(Véase FAUNA PALESTINA).


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