La cojera, como todas las demás enfermedades, deformidades o carencias, era producto del pecado. Por ello se explica la prohibición del ejercicio del sacerdocio, en la economía mosaica, a los cojos, como a los que sufrían otras dolencias (Lv. 21:18).

La Ley era impotente para quitar el pecado. Éste fue el ministerio peculiar del Señor Jesús, que vino a traer sanidad integral, espiritual y corporal (Lc. 7:22). Rechazado, volverá para reinar, y en Su reinado milenial «el cojo saltará como un ciervo», en una escena en la que se manifestará activamente el poder del Dios sanador.

La cojera, como imperfección, era también causa de exclusión de cualquier animal para el sacrificio. Todo ello señala a que nuestra vida, nuestro caminar en testimonio, debe ser un sacrificio para Él, dándole a Él lo más escogido de nuestra vida; nuestra vida entera, no nuestras sobras (cp. Mal. 1:8, 13).


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