(A) Adorador de Dios y objeto de sus bendiciones. Éste era el sentido corriente entre los antiguos semitas.

(B) Los «hijos de Dios» en Gn. 6:1-2. Se han propuesto tres interpretaciones:

(I) Los grandes, los nobles. Las «hijas de los hombres» serían mujeres de rango inferior (versión samaritana; trad. gr. de Símaco; Targumes de Onkelos y de Joathan).

(II) Para otros expositores se trataría de ángeles que abandonaron su posición, y tomaron mujeres de los humanos (Libro de Enoc, Filón de Alejandría, Josefo, Justino Mártir, Clemente de Alejandría, Tertuliano).

(III) Los hombres piadosos, especialmente los descendientes de Set, adoradores de Dios. Seducidos por la belleza de las mujeres que no pertenecían a su línea, se unieron a ellas, perdiendo su espiritualidad (interpretación ésta de Julián el Africano, Crisóstomo, Cirilo de Alejandría, Agustín de Hipona, Jerónimo).

La interpretación (I) ha sido descartada.

Argumentos en apoyo de (II): El término empleado designa asimismo a los ángeles en otros pasajes del AT (Jb. 1:6; 2:1; 38:7; cfr. una expresión semejante en Sal. 29:1; 89:7; es diferente en Dn. 3:25). Se alega, además, que el término que significa ángel se relaciona con la naturaleza de estos «hijos de Dios», en tanto que el término «mal'akim», el término corrientemente usado, designa a mensajeros, y denota su ministerio. A este argumento se añaden los pasajes de Jud. 6 y de 2 P. 2:4. Objeción: No está demostrado que el término en cuestión se refiera a la naturaleza de los ángeles; esta expresión puede también entenderse como descriptiva de los ángeles bajo su aspecto de adoradores de Dios. Se debería demostrar también que el pecado de los ángeles en Jud. 6 fue el de tomar para sí a las «hijas de los hombres». A primera vista, parece más razonable la interpretación (III), por la que los «hijos de Dios» serían la línea piadosa de Set (cfr. Gn. 4:26). Los hombres piadosos reciben el nombre de «generación de tus hijos» (esto es, hijos de Dios) (Sal. 73:15). Y en Is. 43:6, se menciona a «mis hijos, y mis hijas» (esto es, hijos de Dios). También se objeta a la interpretación que identifica a los «hijos de Dios» con ángeles, que son espíritus, y que «los ángeles de Dios ni se casan ni se dan en casamiento» (cfr. Mt. 22:30; He. 1:14). Sin embargo, los proponentes de (II) argumentan que éstos no son ángeles obedientes a Dios, sino desobedientes, y que el abandono de su dignidad se refiere precisamente a haber cometido el acto de materialización y ayuntamiento con mujeres. El hecho de ser espíritus no les impediría necesariamente la materialización, si se asume que estos seres tienen gran poder. En la interpretación (II), estos ángeles forman un caso aparte dentro de los ángeles rebeldes, y están ya encarcelados, en tanto que hay otros en libertad, siguiendo y sirviendo a Satanás, y cuyo aprisionamiento en el gran abismo es aún futuro (cfr. Jud. 6; Mr. 8:29; Lc. 8:30-31). La historia de la interpretación de este texto muestra a intérpretes eminentes alineados a ambos lados de la disputa, y se puede decir que la cuestión no está resuelta. Argumentan en favor de (II) expositores como Cassuto, Darby, Delitzsch, Jukes, Kelly, Morris, Unger, Yates; a favor de (III) se alinean nombres como Calvino, M. Henry, Candlish, Keil, Leupold, Sauer, Young. La posición (I) es mantenida por Kline. (Véase Bibliografía bajo GÉNESIS.)

(C) Hijos de Dios, en el sentido del NT.

Destacando la idea de la filiación, de la protección divina, y también de la obediencia, esta expresión toma, en la enseñanza del Señor Jesús, una extraordinaria amplitud. Proyectando una intensa luz sobre las verdades bosquejadas en el AT, el Señor revela que Dios viene a ser verdaderamente Padre de aquellos que aceptan el Evangelio, habiendo pasado por el nuevo nacimiento (Jn. 3:3, 5, 6, 8; cfr. Ap. 11:11). Son engendrados por Dios (Jn. 1:12, 13; 5:21; Ef. 2:5; Stg. 1:18; 1 P. 1:23); han sido hechos participantes de la naturaleza divina por la operación del Espíritu Santo que mora en ellos (Jn. 6:48-51; 15:4, 5; 2 P. 1:4; 1 Jn. 3:9). La santidad, el amor, la separación del mundo, se hallan entre sus características (1 Jn. 3:9; 4:7; 5:4); aunque no llegan a la perfección final en esta escena terrenal (1 Jn. 1:10), Dios los ha adoptado como hijos (Gá. 4:5); el Espíritu les enseña a decir «Abba, Padre» (Gá. 4:6; Ro. 8:15), y éste es el Espíritu que los guía (Ro. 8:14).

La humanidad se halla dividida entre los que son hijos de Dios (Jn. 1:12) y los hijos de ira (Ef. 2:3), sin Cristo, perdidos, y a los que se dirige el mensaje de amor y salvación (cfr. Ef. 2:4-10). Hay una clase especial de hombres, los que se oponen activamente al Evangelio por un peculiar aborrecimiento contra Cristo, y que reciben el durísimo nombre de «hijos del diablo» (cfr. Jn. 8:44). Y Cristo se ofreció a Sí mismo para ofrecer su salvación a todos los esclavos de Satanás, para que así puedan pasar, por la fe en Él, de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios (Hch. 26:18). «Todo el que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios» (1 Jn. 5:1).


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