En todo tiempo y en todo lugar las personas reflexivas han sondeado «el problema del origen del mal». La causa del pecado no se halla en Dios. El autor del mal es «una persona». La tentación de Jesús es una prueba de ello (Mt. 4:11). La Biblia presenta a Satanás como un ser con una personalidad real (Jb. 1:6; Zac. 3:1; Lc. 10:18; Ap. 20:7; 2 Co. 11:14, etc.). Satanás es llamado asimismo Diablo (Mt. 13:39; Jn. 8:44; etc.), la serpiente o dragón (Ap. 12:7, 9; 20:2). ¿Cómo vino él a ser el autor e instigador del mal? La clave del enigma se halla en Isaías y Ezequiel. En el origen del mundo, en la creación de los cielos y la tierra (Gn. 1) Dios creó a los ángeles y, entre ellos, a un ángel superior, un querubín que dominaba toda una legión de ángeles, que cayeron posteriormente con él, viniendo a ser los demonios (Mt. 25:41). Recibe el nombre de príncipe de los demonios (Mt. 9:34), el príncipe del poder del aire (Ef. 2:2) y del mundo terreno (Jn. 12:31; 14:30). Así, el origen del mal reside en Lucifer, el querubín del que hablan Isaías y Ezequiel; bajo las imágenes del rey de Babilonia y del rey de Tiro es, evidentemente, Lucifer; a la luz del contexto, el objeto de los pasajes de Is. 14:12-15 y de Ez. 28:12-17.

Antes de considerar estos pasajes, es conveniente una observación acerca de la naturaleza del mal. El mal no es «algo» que tenga existencia de una manera positiva, sino la deterioración de algo bueno o su ausencia. La rebelión (mal) toma el lugar de la obediencia. La desconfianza (mal) toma el lugar de la comunión. Así, el mal es algo negativo, y sólo existe en relación con el bien, que procede de Dios, y que sí existe sin necesidad de existencia de mal alguno.

De los pasajes ya citados de Isaías y Ezequiel se desprende:

(a) que a Lucifer le había sido encomendado el cuidado y la protección de la tierra y del espacio contiguo a ella (Is. 14:12; Ez. 28:14);

(b) que había sido creado para que celebrara la gloria de Dios en todo el universo (Ez. 28:14);

(c) que tenía acceso al trono de Dios (Ez. 28:13, 14);

(d) que era perfecto, lleno de sabiduría y belleza (Ez. 28:15);

(e) que concibió el insensato plan de llegar a ser el igual de Dios, de destronar a Dios (Ez. 28:15; Is. 14:13-14). Su belleza, su resplandor, sus riquezas, todo ello lo perdió y le condujo al pecado (Ez. 28:17, 1-5);

(f) el juicio de Lucifer (Ez. 28:6-10; Is. 14:11, 15), la pérdida de su sublime posición, su destino a la morada de los muertos y al tormento eterno (Is. 14:15; Ez. 28:19 b; cfr. Ap. 20:1-2, 7-10).

Así, Lucifer vino a ser, por su caída, Satanás, el Adversario de Dios y el tentador de los hombres. Descendió a Edén (Ez. 28:13) presentándose al hombre en la seductora serpiente.

(a) El mal producido por Satanás.

Fue por su rebelión que el mal tuvo su origen. Quedó fuera de la amistad de Dios, enfrentado a Él, y lanzado a la tarea de erigir su propio perverso reino en oposición al de Dios. Hay autores que, manteniendo que entre Gn. 1:1 y 1:2 hay un gran intervalo, sitúan allí la caída de los ángeles, la destrucción de una creación primordial preadánica, el desarrollo de largas épocas geológicas, y sólo posteriormente la «re»-creación del mundo en seis días para la «creación adánica». Sin embargo, cfr. Éx. 20:11, esp.: «y todas las cosas que en ellos hay», y cfr. también CREACIÓN, Consideraciones geológicas y geocronológicas, c.

(b) Entrada del mal en Edén.

Satanás ya caído se manifiesta en Edén (Ez. 28:13; Gn. 3:1) bajo la forma de serpiente. Teme que el hombre, llamado a dominar sobre la tierra, no venga a ser más semejante a Dios (Gn. 1:27; Sal. 8:5-9). Tiene temor de ser echado de su imperio terrestre y de las regiones que rodean la tierra. Hay que arrancar al hombre de la dependencia divina. Es así que sedujo a Adán, al arrojar la duda en el corazón de Eva acerca de la palabra y de la voluntad de Dios (Gn. 3:1-6).

(c) Satanás, acusador de los hombres.

Antes de la resurrección de Cristo, Satanás siguió entrando ante la presencia de Dios para acusar a los hombres (Jb. 1:6-12; Zac. 3:1; Ap. 12:10). Es en los lugares celestes donde tenemos nuestra lucha contra él (Ef. 6:12).

(d) Satanás osó tentar al mismo Hijo de Dios (Mt. 4:1-11).

La obra victoriosa de Cristo.

Es por Jesucristo que Dios ha logrado una total victoria sobre el mal y derrotado a Satanás de una manera irremediable.

(a) Ya en su vida terrena, Cristo triunfó personalmente sobre Satanás. En el desierto, le dijo: «Apártate», y Satanás tuvo que huir (Mt. 4:10-11). Jesús vio a Satanás caer del cielo como un rayo (Lc. 10:18). En la cruz, por su expiación, Cristo fue el verdadero cordero inmolado, pero también fue el antitipo del macho cabrío enviado al desierto cargado con nuestras faltas, lo cual significaba para el enemigo que el sacrificio redentor ha quedado consumado, y que ya nada hay que pueda mantenerse contra los redimidos (Lv. 16:9-10). En Zac. 3:2-5 se ve la magnífica prefiguración de la obra de la justificación y de purificación efectuada por Cristo, nuestro Abogado, que se presenta en este pasaje bajo los rasgos del Ángel de Jehová. Después de la cruz, Satanás no puede acusar ya más al ex pecador regenerado (cfr. Col. 2:14-15).

(b) La resurrección de Cristo ha consumado la victoria de Dios sobre él y sus consecuencias (Mt. 28:18; Ro. 1:4). La resurrección es la certidumbre del triunfo definitivo del pecador (1 P. 1:3), es la certidumbre de la victoria de Dios sobre la tierra y en el cielo (Ef. 1:20-22; Fil. 2:9-11). Esta victoria se manifiesta desde ahora ya por el nuevo nacimiento, que es la puerta de entrada al Reino (Jn. 3:3). Se manifestará de una manera clara y patente con la renovación física de la tierra en el Reino milenial (Is. 11:8-9; Hab. 2:14; cfr. Ez. 47:1-12); finalmente, por la eliminación de Satanás (Ap. 20:10) y por la gloria del Reino celestial donde Dios será todo en todos (1 Co. 15:24-28; Ap. 21:23-27; 22:3-5). (Véanse PECADO, DIABLO.)

Bibliografía:

Chafer, L. S.: «Participación angélica en el problema moral» y «Satanología», en Teología Sistemática, vol. 1, págs. 448-531 (Publicaciones Españolas, Dalton, Ga. 1974).


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