La maldad es un estado mental de desprecio hacia la justicia, rectitud, verdad, honor y virtud. Son muchos los términos que se traducen como «maldad», puesto que, al igual que en castellano, hay distintos términos en hebreo. La maldad empieza con una disposición de la mente, después se exterioriza en actos, los cuales moldean el carácter de quien se da a ella, marcando su destino. Se llega con ella a un punto sin retorno, con una total perversión de los valores. Contra ello se rebela el profeta Isaías, clamando: «¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!» (Is. 5:20).

El Señor Jesús reveló el origen de toda la maldad humana. El problema es interno, «porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos... las maldades... la soberbia, la insensatez» (cfr. Is. 7:21, 22).

El cristiano es exhortado a no pecar; Juan nos muestra el camino a seguir para el cristiano que ha pecado, y cómo, bajo nuestra confesión al Señor, «Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1 Jn. 1:9).


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