La mesa habla de comida en común, de participación, de provisión (2 S. 9:7, 10, 11, 13; 11:8; 19:28; Sal. 23:5). De particular importancia es la mesa de los panes de la proposición en el culto de Israel. Estaba hecha de madera de acacia recubierta de oro. La del tabernáculo medía dos codos de longitud, un codo de anchura y un codo y medio de altura. Tenía una corona ornamental alrededor de su borde. Estaba situada en el lado norte del lugar santo. Además de los doce panes, había también sobre la mesa platos, cucharas, tazones y cubiertas (Éx. 37:10-16; 1 R. 7:48). Se tenía que poner incienso sobre los panes, y para ello se necesitarían panes; las cucharas se usaban para el incienso, y los tazones es probable que se usaran para las libaciones. Esta mesa era un tipo del lugar de Israel ante Dios en la aceptabilidad de Cristo que, como verdadero Aarón, los sigue manteniendo ante Dios; es un pacto perpetuo (Lv. 24:8); también es posible que hable de la abundancia de las bendiciones para las naciones a través de su pueblo Israel.

La mesa del Señor es para los cristianos aquella mesa en la que se reconoce la autoridad de Cristo como centro de congregación en la manifestación local de la unidad de su cuerpo (cfr. 1 Co. 10:15-22). Ésta es contrastada con la participación en los ritos paganos (1 Co. 10:20-21). No se puede participar de ambas con impunidad (1 Co. 10:22). Así, participar de la mesa del Señor es un gran privilegio que entraña la solemne responsabilidad de mantenerse separado para Él (cfr. también 1 Co. 11:27-32; y 5:6-8).


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