(Heb. «Mõsheh», «sacado de», pero la raíz egipcia es «ms'»: «hijo, niño»).

La hija de Faraón dio el nombre de «hijo» a aquel que había sacado de las aguas (el mismo nombre se llama en Tutmose, Ahmose: hijo de Tut, de Ah, etc.).

El gran caudillo y legislador de las hebreos; levita, de la familia de Coat, de la casa de Amram (Éx. 6:18, 20). Su madre se llamaba Jocabed (Éx. 6:20). El edicto que ordenaba arrojar a los niños varones hebreos recién nacidos a las aguas del Nilo puso en peligro la vida de Moisés. Su madre lo escondió durante tres meses en su casa; era de hermosa apariencia (Hch. 7:20). No pudiéndolo esconder ya más, lo puso en una arca hecha de juncos, hermetizándola con asfalto y brea, y la puso entre los juncos en el río. La madre ordenó a su hija María, entonces adolescente, que vigilara la arquilla. La hija de Faraón descendió, junto con su séquito, para bañarse. Según Josefo se llamaba Thermutis (Ant. 2:9, 5). Courville indica una identificación ya señalada hace tiempo. Se da la existencia de una leyenda afirmando que el padre adoptivo de Moisés se llamaba Chenefres. El profesor Wiedemann señaló la similitud del nombre de Sebek-hotep III, Kha-nefer-re con Chenefres, rey cuya esposa Merrhis, según una leyenda, crió a Moisés. Otro nombre de la esposa de Chenefres era Sebeknefrure. Esta posible identificación fue descartada, sin embargo, porque según la cronología convencional de Egipto quedaba fuera del posible marco histórico de Moisés. Sin embargo, en la cronología revisada sí que se halla en el mismo marco histórico. Courville da asimismo buenas razones para la posible identificación de Moisés, en el marco de la cronología revisada, con Amenemhet IV, que fue corregente durante nueve años, como príncipe de la dinastía XII. Courville señala asimismo el hecho curioso de que se han descubierto todas las tumbas de todos los reyes de esta dinastía, a excepción de la de Amenemhet IV. Esto pone bajo una luz nueva las palabras de Pablo en Hebreos: «Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado» (He. 11:24, 25). (Véanse también EGIPTO, ÉXODO; cfr. D. E. Courville en Bibliografía).

Al ver la princesa egipcia la arquilla, la hizo abrir, y, reconociendo que el niño que lloraba era hebreo, tuvo lástima de él. Entonces María, con una admirable presencia de ánimo, preguntó a la princesa si le daba permiso para conseguir una nodriza para el niño, a lo que la princesa accedió. De esta manera, Moisés recibió su primera formación de manos de su propia madre bajo la protección de la hija de Faraón. Cuando fue destetado (a la edad que se puede suponer de tres años, cfr. 1 S. 1:24), lo llevó a la princesa, que lo adoptó, y le puso por nombre Moisés, nombre que a la vez recordaría que lo había sacado de las aguas y que lo había adoptado como hijo (Éx. 2:1-10).

Moisés recibió una educación aristocrática, y fue instruido en toda la sabiduría de los egipcios (Hch. 7:22), la nación más civilizada de aquella época. Aquel niño estaba destinado a elevadas funciones en Egipto, y estaba en la línea del trono, por cuanto la hija de Faraón debía casarse con su hermano varón heredero del trono, con lo que el hijo de ella era a su vez heredero del trono. Pero Dios lo estaba preparando para caudillo del pueblo hebreo. Moisés, extremadamente dotado, recibió la instrucción necesaria para la gran tarea que le esperaba. Los descubrimientos de las pirámides y otros diversos monumentos han evidenciado lo extendida que estaba la escritura en aquella época, así como también las tabletas cuneiformes de Egla muestran el antiguo uso de la escritura silábica por gran parte del Oriente Medio (véase MARDIKH [TELL]). Es indudable que el joven príncipe aprendió a escribir los jeroglíficos egipcios, el acadio cuneiforme, y una escritura ya alfabética como la de Ugarit, que era casi idéntica con la del hebreo. Moisés se familiarizó con la corte egipcia, con sus grandes personajes, con la pompa de las celebraciones religiosas, con la suntuosa exhibición de los ritos y de los símbolos, con la corriente literaria y artística de su época, y con la administración de la justicia. Sin embargo, Moisés no olvidó nunca su origen, y creía en las promesas hechas a su pueblo. Hacia el final de su estancia en Egipto, había ya comprendido que Dios lo llamaba a ser el juez y liberador de los israelitas. Viendo que un egipcio golpeaba a un hebreo, dio muerte al egipcio, y escondió su cuerpo en la arena. Al día siguiente, viendo a dos israelitas que se peleaban, los quiso reconciliar. Uno de ellos le dirigió estas palabras: «¿Quién te ha puesto a ti por príncipe y juez sobre nosotros? ¿Piensas matarme como mataste al egipcio?» (Éx. 2:14). Sabiendo entonces que su acción había sido observada y que el hecho era sabido, y que Faraón buscaba darle muerte, Moisés huyó al país de Madián. Así renunció al título de hijo de la hija de Faraón, y se asoció de manera clara con el pueblo de Dios. Tenía entonces 40 años (Éx. 2:11-15; Hch. 7:23-28; He. 11:24, 25).

Llegado a Madián, Moisés ayudó a las hijas del sacerdote Jetro 

a abrevar sus rebaños. Jetro le ofreció hospitalidad, le dio trabajo y le dio Séfora, una de sus hijas, como esposa, con la que Moisés tuvo 2 hijos: Gersón y Eliezer (Éx. 2:22; 18:3, 4). Moró 40 años en Madián (Hch. 7:30), participando de la vida de un pueblo que descendía de Abraham y que posiblemente adoraba al mismo Dios que él (cfr. Éx. 18:10-12). Este nuevo período de preparación puso a Moisés en estrecho contacto con Jetro, cabeza de una tribu de madianitas, sacerdote dotado de mucho discernimiento (Éx. 18). Durante este período, el pensamiento religioso de Moisés maduró. Por otra parte, se familiarizó con los caminos del desierto, con sus recursos, con su clima y con la vida de sus moradores. La solemne grandeza de los espacios desérticos y su soledad profunda favorecían la meditación. Hacia el final de este período, el futuro caudillo de Israel vio un fenómeno asombroso: una zarza ardiendo, pero no se consumía. En el momento en que se apartó del camino para observar aquello, oyó la llamada divina. El Señor rechazó las objeciones de Moisés tocantes:

(a) a su propia persona (Éx. 3:11);

(b) a su incapacidad de revelar al pueblo el nombre y el carácter del Dios que quería liberarlos (Éx. 3:13);

(c) su carencia de autoridad ante el pueblo (Éx. 4:1);

(d) su pobre elocuencia (Éx. 4:10);

(e) finalmente, su rechazo expreso a partir (Éx. 4:13).

Ante la ira de Jehová, Moisés tuvo finalmente que obedecer, y el Señor le asignó Aarón como portavoz (Éx. 4:14-17).

Moisés salió hacia Egipto con su esposa Séfora y sus dos hijos (Éx. 4:18-20), uno de los cuales, indudablemente el menor, no había recibido aún la circuncisión a causa de la oposición de la madre. Al ceder a ella, Moisés había desobedecido la instrucción divina, y se había demostrado incompetente para llevar a cabo la magna misión que tenía encomendada. Culpable de haber descuidado la señal del pacto, Moisés fue confrontado en una posada, una noche, por el mismo Señor, de una manera que no se especifica, pero poniendo en grave peligro su vida. Séfora, deseosa de salvar a su marido, ejecutó ella misma la operación, exclamando: «A la verdad tú me eres un esposo de sangre» (Éx. 4:24-26). Moisés y Aarón se presentaron en numerosas ocasiones a Faraón para comunicarle que Dios exigía la partida de los israelitas. El rechazo del rey a obedecer atrajo sobre él mismo y sobre su pueblo las diez plagas (Éx. 5-13:16). Cuando llegó el momento del éxodo, Moisés, bajo orden de Jehová, acaudilló a los hebreos.

En el monte Sinaí Dios se manifestó a Moisés de una manera muy personal; el pueblo oyó la voz de Dios, pero sólo el profeta fue admitido a hablar con Jehová como un amigo (Éx. 24:9-11; 33:11, 17-23; 34:5-29). El Dios de Israel fue revelando gradualmente a su servidor lo que debía enseñar al pueblo. Así es como Moisés recibió en el monte los Diez Mandamiento y las leyes que los acompañaban (véase TEOCRACIA). Inmediatamente después, el profeta pasó sobre el monte cuarenta días de ayuno, en el curso de los cuales Dios le reveló la forma, las dimensiones, los materiales y los utensilios del Tabernáculo que debería erigir en el desierto (véase TABERNÁCULO). Asimismo, Moisés recibió las dos tablas de piedra en las que estaba grabado el Decálogo. Descubriendo a su descenso del monte que el pueblo se había entregado al culto del becerro de oro, Moisés, indignado, quebró las tablas de piedra. Este gesto hizo comprender al pueblo que el Pacto con Jehová estaba asimismo roto. Los levitas ejecutaron a continuación a todos los israelitas que se obstinaban en adorar al becerro de oro. Después de haber actuado como juez, Moisés intercedió ante Dios en favor de los israelitas, ofreciendo incluso su propia salvación por la de ellos (Éx. 32:32; cfr. Ro. 9:3). Jehová se aplacó, y prometió quitar su ira de sobre Israel.

Así, Dios ordenó a Moisés que subiera de nuevo al monte. El pueblo había violado las ordenanzas fundamentales del culto; la Ley fue dada otra vez sobre dos tablas nuevas semejantes a las primeras (Éx. 19; 20; 32-34). En las dos ocasiones en que pasó cuarenta días en el monte, Moisés no comió ni bebió (Éx. 24:18; 34:28; Dt. 9:9, 18). Más adelante, Elías observaría un ayuno idéntico (1 R. 19:8). Los ayunos de estos dos profetas prefigurarían el de Jesús (Mt. 2:4). El nombre de Moisés quedará asociado para siempre a las leyes promulgadas en el Sinaí y en el desierto (véanse LEVÍTICO, NÚMEROS).

Cuando Moisés descendió del Sinaí después del segundo ayuno de cuarenta días, surgían rayos luminosos (heb. «cuernos») de su faz, de manera que el pueblo tuvo temor de aproximarse a él (Éx. 34:29). Moisés, sin embargo, los reunió y les comunicó las órdenes de Jehová.

En Nm. 12:1 se habla de una mujer etíope que Moisés tenía, acerca de la cual Aarón y María le recriminaron. Ésta es la única alusión bíblica a esta persona. Los comentaristas judíos creen por lo general que se trata de Séfora, hija del sacerdote de Madián, cuya muerte no está registrada (Éx. 2:21; 4:25; 18:2-6). Los judíos de época más tardía afirman que la etíope en cuestión era una princesa llamada Tharbis, convertida en mujer de Moisés cuando éste condujo una expedición militar en Etiopía en la época en que formaba aún parte de la corte de Faraón (Ant. 2:10, 2). Aunque muchos lo han descartado por completo, este relato puede sin embargo tener elementos verdaderamente históricos.

Poco después de pasar a Cades, Coré y otros príncipes se rebelaron contra Moisés y Aarón, pero Dios los destruyó (Nm. 16; véase CORÉ). La segunda vez que plantaron sus reales en Cades, los mismos Moisés y Aarón desobedecieron a Dios (Nm. 20). Dios les había ordenado que hablaran a la roca para hacer salir agua de ella. Pero Moisés dijo al pueblo reunido allí; «¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?» Los dos hermanos se apartaban con esta actitud de su posición de dependencia con respecto a Dios. Se ponían en lugar de Jehová, en tanto que había sido Él quien había conducido a los israelitas fuera del país de servidumbre, y que los había alimentado durante cuarenta años en el desierto. En lugar de actuar en nombre de Jehová, intervinieron en su propio nombre. Se glorificaron del poder que Dios les había otorgado. A continuación, Moisés «golpeó» dos veces sobre la peña, en lugar de simplemente «hablarle» (cfr. Nm. 20:8). Esta desobediencia fue de extrema gravedad. Aparte del hecho mismo de la desobediencia, la acción de golpear traicionó el significado típico de la roca, que era Cristo (cfr. 1 Co. 10:4). Cristo murió una sola vez por nosotros, y su sacrificio no se repite ya jamás. Los beneficios de su obra fluyen siempre en base a la obra efectuada una vez por siempre (cfr. He. 7:26-28; 9:23-28; 10:1-18; etc.). Y fue esta desobediencia capital lo que les privó de entrar en la Tierra Prometida. Pero este castigo tan severo no alteró en nada la fidelidad de Moisés hacia su Señor; reasumió su actitud de humildad y siguió conduciendo al pueblo en dirección a Canaán. Dios le mandó que llevara a Aarón sobre el monte Hor y que transmitiera el sacerdocio a Eleazar, hijo de Aarón. En aquel monte murió Aarón (Nm. 20:22-29) Cuando los israelitas fueron atacados por la plaga de serpientes ardientes, Moisés intercedió ante Dios, que le ordenó que levantara una serpiente de bronce sobre una asta. Todo aquel que contemplara la serpiente era sanado El profeta introdujo al pueblo en el país de Sehón y de Og, y conquistó aquellas tierras para Israel. Con el campamento establecido en un valle de los montes de Abarim, pudo ver desde allí el país prometido a Abraham, a Isaac y a Jacob. La emoción de Abraham se expresó en una oración: «Señor tú has comenzado a mostrar a tu siervo tu grandeza y tu mano poderosa... Pase yo, te ruego, y vea aquella tierra buena que está más allá del Jordán, aquel buen monte, y el Líbano.» Pero el Señor respondió: «Basta, no me hables más de este asunto... no pasarás el Jordán» (Dt. 3:24-27).

Se levantó el campamento y después fue vuelto a ser plantado en el valle de Sitim. Sabiendo que su muerte estaba ya cercana Moisés tomó las últimas disposiciones y dio su discurso de despedida al pueblo (véase DEUTERONOMIO). Dios había designado a Josué como sucesor de Moisés. El anciano profeta puso al hijo de Num en presencia de Eleazar, el sumo sacerdote, y le impuso las manos a la vista de todo el pueblo que tenía que acaudillar (Nm. 27:18-23, Dt. 34.9). Moisés llevó, a continuación, a Josué a la entrada del tabernáculo de reunión a fin de que Jehová diera las instrucciones al nuevo jefe de Israel (Dt. 31:14, 23). Después Moisés enseñó al pueblo un cántico lleno de sabiduría divina (Dt. 32), dio su bendición a las distintas tribus (Dt. 33), ascendió al monte Nebo, desde donde contempló la Tierra Prometida, y murió a la edad de 120 años sobre la cumbre del Pisga. «Sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor» (Dt. 34:7). El mismo Dios lo sepultó en el valle (Dt. 34:6).

Bibliografía:

Véanse las bibliografías correspondientes a GÉNESIS, ÉXODO, LEVÍTICO, NÚMEROS, DEUTERONOMIO, CREACIÓN, DILUVIO, EGIPTO, ÉXODO (artículo específico no sobre el libro, sino sobre la marcha de Egipto), PENTATEUCO.


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