se trataba de una nube sobrenatural en forma de columna; iba delante de los israelitas en el desierto, para mostrarles el camino por el que Dios les ordenaba marchar (Éx. 13:21, 22; Neh. 9:19). Cuando la noche hubiera impedido distinguirla, resplandecía como columna de fuego. Si Dios se quería manifestar a los israelitas, lo hacía desde la columna de nube (Nm. 12:5; Dt. 31:15). Cuando quiso desbaratar el ejército egipcio, fue desde la nube que los miró, y que hizo cundir el desorden en su campamento (Éx. 14:24). La presencia gloriosa del Señor se manifestaba frecuentemente en la nube (la «Shekiná»). «La gloria de Jehová apareció en la nube» (Éx. 16:10). «Una nube cubrió el tabernáculo de reunión, y la gloria de Jehová llenó el tabernáculo» (Éx. 40:34). «Yo apareceré en la nube sobre el propiciatorio» (Lv. 16:2). De esta nube podía surgir fuego que destruía a los rebeldes (Lv. 10:2; Nm. 16:35; cfr. Éx. 19:16, 18). El soberano Dios, que se viste de nubes, es asimismo fuego consumidor (Sal. 18:9-15; Dt. 4:24; He. 12:29). Después de mucho tiempo que la nube hubiera dejado de marchar delante del pueblo, ya establecido en la tierra de Canaán, se ve a la nube de gloria hacer su morada en el Templo acabado de construir (1 R. 8:10-11). Si Israel era tan diferente de los otros pueblos, ello se debía a que el mismo Dios residía en medio de él. Desafortunadamente, los pecados de la nación llegaron a tal punto que les fue retirada la gloria divina (Ez. 9:3; 10:18-19; 11:22-23), siendo el Templo destruido junto con la ciudad de Jerusalén (Ez. 9:1-7). Sin embargo, el mismo profeta anuncia que el Señor devolverá para siempre Su gloria y Su presencia a Su pueblo, convertido y restaurado (Ez. 37:24-28; 43:1-9).

En el NT vuelve a aparecer la «Shekiná», en el monte de la Transfiguración, donde una nube luminosa lo envolvió, y en el seno de la cual dejó oír Su voz (Mt. 17:5). Cuando el Señor abandonó esta tierra, una nube celestial lo recibió (Hch. 1:9). Y cuando vuelva, «verán al Hijo del Hombre, que vendrá en una nube con poder y gran gloria» (Lc. 21:27).


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