No eran ofrendas separadas, sino que en ocasiones ciertas porciones de una ofrenda eran mecidas o elevadas ante el Señor. Así, en la consagración de Aarón y de sus hijos, la grosura, el rabo con su grasa, el sebo, los riñones con su grosura, y la espaldilla derecha del carnero, junto con una torta de pan y otra de pan amasado en aceite y un hojaldre, todo ello fue mecido por Aarón y sus hijos delante del Señor, y fue después quemado en holocausto en el altar (Lv. 8). El pecho del carnero fue también mecido como ofrenda mecida delante del Señor, y la espaldilla fue levantada como ofrenda elevada; todo ello fue comido por Aarón y sus hijos (Éx. 29:23-28). De las ofrendas de paces, el pecho era siempre una ofrenda mecida, y el hombro derecho una ofrenda elevada, y eran para los sacerdotes (Lv. 7:30-34).

Los rabís explican que la espaldilla elevada era movida hacia arriba y hacia abajo, y el pecho mecido lo era de lado a lado. Estas acciones eran hechas «delante de Jehová», y parecen simbolizar que aquellos que movían las ofrendas estaban realmente en Su presencia, con las manos llenas de Cristo.

Cristo es así el Antitipo de todos los sacrificios: en ellos se prefigura Su consagración hasta la muerte; la perfección y pureza de Su vida de consagración a Dios; la base y el sujeto de comunión de Su pueblo y, por último, la eliminación del pecado por el sacrificio. En la Epístola a los Hebreos se expone en detalle el contraste entre la posición del judío, para el que todos los sacrificios tenían que ser repetidos (existiendo el sistema tipológico mediante la repetición), y la posición del cristiano, que mediante el único sacrificio de Cristo (que no admite repetición) quedan perfectos para siempre, y tienen asimismo acceso al Lugar Santísimo, porque el gran Sumo Sacerdote ha entrado en él. Así, habiendo aparecido Cristo «en la consumación de los siglos» para «por el sacrificio de sí mismo quitar de en medio el pecado», no queda ya más sacrificio por los pecados (Ef. 5:2; He. 9:26; 10:4, 12, 26). Sin fe en la muerte sacrificial de Cristo no hay salvación, como queda claro en Ro. 3:25; 4:24, 25; 1 Co. 15:1-4.

El cristiano es exhortado a presentar su cuerpo como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, lo cual constituye su culto racional (Ro. 12:1; cfr. 2 Co. 8:5; Fil. 4:18). Con ello ofrece a Cristo el sacrificio de alabanzas a Dios, y los actos de bondad y de comunicar de lo propio a los demás son sacrificios agradables a Dios (He. 13:15, 16; cfr. 1 P. 2:5).

Véase SACRIFICIO.


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