La poligamia apareció con Lamec (Gn. 4:19), y así quedó manchada la pureza de los matrimonios, al dejarse los hombres ser dominados por impulsos carnales en la elección de sus compañeras (Gn. 6:1-2). Cuando Abraham tomó para sí una segunda mujer para conseguir el cumplimiento de la promesa, actuó insensatamente (Gn. 16:4). Isaac tuvo una sola esposa, pero Jacob fue polígamo, en parte debido al engaño de Labán (Gn. 29). Moisés reprimió los abusos, pero no los abolió de golpe. Los israelitas estaban poco crecidos espiritualmente, y encadenados a los usos y costumbres de la época, que no se correspondían en absoluto con la voluntad de Dios. El gran legislador rindió un gran servicio a la causa del matrimonio, prohibiendo las uniones entre consanguíneos y parientes políticos (Lv. 18); desalentó la poligamia (Lv. 18:18; Dt. 17:17); aseguró los derechos de las esposas de condición inferior (Éx. 21:2-11; Dt. 21:10-17); reglamentó el divorcio (Dt. 22:19, 29; 24:1); exigió el respeto al vínculo matrimonial (Éx. 20:14, 17; Lv. 20:10; Dt. 22:22). Después de Moisés, hubo aún los que se dieron a la poligamia: Gedeón, Elcana, Saúl, David, Salomón, Roboam, y otros (Jue. 8:30; 1 S. 1:2; 2 S. 5:13; 12:8; 21:8; 1 R. 11:3). Sin embargo, la Escritura expone los males inherentes a la poligamia, las míseras rivalidades que se daban entre las esposas de Abraham, de Jacob, de Elcana (Gn. 16:6; 30; 1 S. 1:6); en cambio, se destaca la belleza de las familias felices (Sal. 128:3; Pr. 5:18; 31:10-29; Ec. 9:9; cfr. Eclo. 26:1-27). Abraham se casó con una medio hermana suya; Jacob tuvo dos esposas que eran hermanas entre sí (Gn. 20:12; 29:26). En Egipto, no era raro casarse con una hermana de padre y madre; los persas lo permitían (Herodoto 3:31). Los atenienses podían casarse con una medio hermana del mismo padre, en tanto que los espartanos podían casarse con sus medio hermanas nacidas de la misma madre. La Ley de Moisés prohibió estas uniones e incluso los matrimonios con parientes más alejados (Lv. 18:6-18). El estatuto matrimonial de los romanos se parecía al de los israelitas; denunciaba como incesto la unión de parientes próximos (por ejemplo, entre hermano y hermana) o entre parientes políticos (como suegro y nuera). Todos los textos del NT hablan formalmente en contra de la poligamia. Hablando a los judíos acerca del divorcio, Cristo afirmó que Moisés lo había permitido por la dureza de sus corazones y que, excepto en caso de infidelidad, un nuevo matrimonio era un adulterio (Mt. 19:8-9). Se puede llegar a la conclusión de que la poligamia había sido permitida en la época del AT por la misma razón, aunque con las restricciones señaladas; sin embargo, queda claro que no tiene lugar alguno en el Evangelio.

El caso especial de los polígamos convertidos al Evangelio se trataba con la aceptación de la situación familiar de hecho; sin embargo, el polígamo quedaba excluido de la posibilidad de ejercer cargo alguno de responsabilidad en la iglesia (cfr. 1 Ti. 3:2, 12; Tit. 1:6).


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