(heb. «b'êr»). 

Se halla frecuentemente formando parte de nombres compuestos (p. ej.: Beerseba, «pozo del juramento»).

El pozo es una excavación en el suelo, que llega a una capa de agua en una depresión o que se filtra a través de las arenas. En ocasiones se captaba una fuente (cfr. Gn. 16:7, 14; 24:11, 13). Si se descubría agua en un terreno arenoso, se abría un pozo con toda presteza.

Se abrían los lechos secos de los torrentes cuando se sospechaba que debajo de ellos corrían aguas vivas (Gn. 21:30, 31; 24:19; 26:20-25).

Había numerosos pozos en la llanura marítima de Filistea, donde un inagotable curso de agua subterránea se abría camino hacia el Mediterráneo. La región montañosa de Palestina tenía pozos cavados en la roca calcárea.

Exteriormente, el pozo no se diferenciaba mucho de la cisterna. El agujero estaba protegido por un brocal (Jn. 4:6), cubierto por una piedra o una plancha para que ni personas ni animales cayeran accidentalmente (Gn. 29:2, 3; Éx. 21:33; 2 S. 17:19; Ant. 4:8, 37).

El interior del pozo, recubierto generalmente de obra, tenía una escalera que permitía llegar hasta el agua, si su nivel no era demasiado bajo. Se ponían pilas de madera o piedra cerca del orificio, para que abrevaran los ganados y rebaños (Gn. 24:30; Éx. 2:16).

El agua era sacada con cántaros (Gn. 24:16). Si el pozo era muy profundo, se bajaba un cubo u otra vasija con una cuerda (Jn. 4:11). En ocasiones se usaba tracción animal para tirar de la cuerda. También se usaban tornos sujetos al pozo. (Véanse CISTERNA, FUENTE.)


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