heb. «massah», gr. «peirasmos»).

En las Escrituras se presentan tres caracteres diferentes de tentación:

  • (a) «Dios tentó a Abraham» cuando le ordenó que le ofreciera Isaac (Gn. 22:1). Con ello, puso su fe a prueba. Las revisiones 1960 y 1977 de Reina-Valera traducen «probó» y «puso a prueba», respectivamente. Pablo habla de su aguijón en la carne como su «tentación» («prueba» en las ya citadas revisiones).
  • (b) Los israelitas tentaron a Dios. «Tentaron a Dios en su corazón, pidiendo comida a su gusto» (Sal. 78:18). Pusieron en duda que Dios pudiera poner mesa para ellos en el desierto. Hubo otras ocasiones en que dijeron: «¿Está, pues, Jehová entre nosotros, o no?» (Éx. 17:7). Se tiene que señalar que cuando Israel ponía a Dios a prueba era en realidad que ellos estaban siendo probados por Él: cfr. Sal. 95:9 con Dt. 8:2 y 33:8 (donde el «piadoso» es Israel). El Señor Jesucristo rehusó poner a Dios a prueba cuando fue tentado por Satanás para que se arrojara al vacío a fin de que los ángeles lo preservaran (Mt. 4:5-7, etc.). El pecado de Ananías y Safira fue tentar al Espíritu del Señor (Hch. 5:9).
  • (c) Tentación al mal. Esta tentación asalta al hombre, de una parte, del exterior. Satanás, el Tentador, busca constantemente empujarnos al mal (Mt. 4:3; 1 Co. 7:5; 2 Co. 11:3; 1 Ts. 3:5); el mundo también despliega sus atracciones, intentando alejar al creyente de Dios (1 Jn. 2:15-17). La fuente más poderosa de tentación, sin embargo, es nuestra propia carne: «Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido» (Stg. 1:14). Así, la tentación al mal halla en el hombre caído una adecuada caja de resonancia, aparte de todos los apetitos pecaminosos que surgen de la naturaleza caída del hombre. No es Dios quien nos tienta a pecar (Stg. 1:13).

Mediante la tentación, Adán y Eva tuvieron la facultad de elegir entre la dependencia de Dios o actuar siguiendo una voluntad independiente y opuesta a la de Dios (Gn. 3). Cristo mismo, en tanto que Hijo del Hombre, se vio ante la tentación, aunque, como en el caso de Adán antes de pecar, puramente externa, «sin pecado» (He. 4:15); también los súbditos del Milenio serán tentados, habiendo estado hasta el final de aquel período al abrigo de las astucias del Tentador (Ap. 20:3, 8). Sin embargo, el Señor es fiel, y no permite que seamos tentados más allá de nuestra capacidad, dándonos junto con el hecho de la tentación la salida, a fin de que podamos aguantar (1 Co. 10:13). Ante el gran período de tentación que viene sobre el mundo, da a los creyentes una especial promesa (Ap. 3:10). En todo caso, el creyente debe velar en oración, para no caer en tentación (Mt. 26:41; cfr. Lc. 8:13), sabiendo que el Señor pasó por amargas pruebas y tentaciones en Su encarnación, pudiendo socorrernos, y que se compadece de nuestras debilidades (He. 2:18; 4:15).


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