Es muy común, cuando ves una de esas entrevistas a famosos en los programas de entrevistas o cosas así, que el entrevistador haga esas preguntas "de pacotilla": "¿Plato favorito?". "¿Un ídolo? "¿Un sueño?". ¿Sabes cómo es? Invariablemente, entre las preguntas viene: "¿Un arrepentimiento? Y, por regla general, la respuesta es: "No me arrepiento de nada, porque es mejor arriesgarse y romperse la cabeza que no haberlo intentado". Aplausos efusivos del público. Cada vez que oigo eso, sacudo la cabeza y pienso en lo irreflexiva que es esa respuesta.

Me arrepiento de un montón de cosas. Cada decisión errónea, cada palabra fuera de lugar, cada acción impulsiva, cada pecado cometido... Dios mío, ¡cuántas cosas que lamentar! Tal vez, si soy sincero conmigo mismo, me dí cuenta de que tengo más cosas de las que arrepentirme que de las que estar orgulloso.

El arrepentimiento es uno de los pilares que sostienen el evangelio de Jesucristo. Elimina de las buenas noticias la necesidad de arrepentirse y ya no tendrás la Palabra eterna. Lo que quedará es una mera filosofía motivacional.

Arrepentirse es odiar la Caída, rechazar al diablo, repudiar la carne, luchar contra el pecado, vivir a Cristo. Sin un arrepentimiento diario, verdadero y efectivo, nos convertimos en una débil y lejana sombra de lo que Jesús quiere que seamos. El arrepentimiento es el martillo que rompe la dureza de nuestros corazones endurecidos y nos labra la imagen del Salvador.

Me arrepiento, sí, de muchas cosas y de mucho más. Dios no permita que viva una vida sin arrepentimiento, lo que sería como estar en arenas movedizas y negarme a agarrar la cuerda salvadora que se me tiende. "¿Un arrepentimiento?". "No tengo ninguno, déjame hundirme en las arenas movedizas de mis errores y mi estancamiento.

Hermano mío, hermana mía, ¿de qué te arrepientes? Si te das cuenta de que has errado, debilitado, caído, ensuciado... no te avergüences de decir, entre muchas lágrimas: "Padre, me arrepiento. Perdóname y ayúdame a no repetir el error.

Y que quede la lección. Porque de todas las maravillas del arrepentimiento, posiblemente la más grande es la capacidad de aprender, para no volver a cometer el mismo error, e instruir a otros para que no sigan el mismo camino de dolor, tristeza y sufrimiento.

Paz a todos los que están en Cristo,
Maurício Zágari