Y cuando hubo comido, se fortaleció. Entonces Saulo estuvo algunos días con los discípulos que estaban en Damasco.

Las aprensiones de Ananías habían sido disipadas por la revelación del Señor. Dejando su propia casa, entró en lo que le había sido designado por el Señor. Al encontrar a Saulo, inmediatamente le impuso las manos para transmitirle la recuperación de su ceguera, y al mismo tiempo se dirigió a él como a un hermano cristiano. Su conversión había cambiado al furioso enemigo y perseguidor por uno que estaba en verdadera comunión y unión con todos los creyentes.

Explicó el motivo de su visita diciendo que el Señor lo había enviado, el mismo Jesús que se había revelado a Saulo mientras viajaba por el camino. Ahora iba a recibir la vista y ser lleno del Espíritu Santo. Por su conversión, Saulo había recibido el don del Espíritu Santo, y por la presente imposición de manos, además de recobrar la vista, se le dio una nueva y extraordinaria medida de la luz y del poder del Espíritu, así como el poder de realizar milagros, quedando así preparado para el ministerio para el cual había sido elegido.

Como resultado inmediato de la imposición de manos, Saúl volvió a ver; de sus ojos cayó un depósito, o piel, como escamas, o una costra debido a una inflamación o un crecimiento causado por el Señor por el momento. Y el bautismo que siguió trajo la recepción del Espíritu Santo, como también su aceptación formal en la Iglesia cristiana. Así, también, recibió Saúl la seguridad y el sello del perdón de sus pecados, cap.

22:16. Ahora que el tiempo de incertidumbre y duda había pasado, la crisis había sido capeada con seguridad. Saulo ahora comió y se fortaleció. Después de los días de severo remordimiento rompió su ayuno. Los cristianos, contrariamente a la opinión popular, no son dados a un necio ascetismo, sino que hacen un uso adecuado de los dones del Señor. El joven convertido ahora también fue presentado a los discípulos, a los miembros de la congregación en Damasco; se unió abiertamente a sus filas y así confesó su fe. Nota: La excusa que a veces se ofrece de que las personas pueden ser igualmente buenos cristianos sin pertenecer a la Iglesia no se sostiene frente al ejemplo aquí narrado.

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