Pero si alguno anda de noche, tropieza, porque no hay luz en él.

Jesús, después de la demora deliberada, anunció de la manera más casual que tenía la intención de regresar a Judea, invitando a sus discípulos a hacer el viaje con él. Pero los discípulos estaban llenos de aprensión ante la perspectiva. Probablemente era tanto miedo por su propia seguridad como por eso; del Señor que les hizo recordarle los recientes intentos de los judíos de apedrearlo, cap. 8:59; 10:31.

Ellos creían que Él debería considerar Su seguridad primero y no exponerse al peligro. Jesús responde a sus objeciones en una parábola. Una persona que camina de día no tropezará ni caerá, porque hay suficiente luz para guiar sus pasos y mostrarle obstáculos. Pero si una persona camina en la oscuridad, el daño puede sobrevenirle fácilmente, ya que no hay luz que señale los obstáculos y las trampas.

El ojo puede estar de servicio sólo durante el día y en la luz. La explicación que el Señor quiso transmitir a sus discípulos es evidente. Mientras duró Su día, como le fue señalado por el Padre, Él debe continuar caminando y trabajando, y nadie podría estorbarlo ni dañarlo. Aún no había llegado la última hora, el fin de Su vida, el tiempo del oscuro sufrimiento, la angustia y el dolor. Los judíos no podrían desahogar su despecho hasta que llegara el tiempo señalado y fijado por Su Padre en el eterno concilio de amor.

Esto es cierto para todos los discípulos de Jesús. Mientras dure el día de su vida y trabajo, podrán continuar con sus labores sin un obstáculo real. El Señor ha fijado la duración del trabajo de cada uno, mayor al uno, menor al otro. Durante ese tiempo los creyentes, cada uno en su puesto, pero al servicio del Señor, harán su parte por el Maestro. En el tiempo del Señor, y no antes, Él llamará a Sus siervos a casa.

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