Le dijeron: Concédenos que nos sentemos, uno a tu mano derecha, y el otro a tu mano izquierda, en tu gloria.

Justo antes de salir de Capernaum, Jesús había dado a los apóstoles una lección de humildad y había tratado de inculcarles la principal consideración en el reino de Dios, la del servicio desinteresado. Tanto más desagradable, en vista del hecho de que Él estaba en camino para hacer el mayor servicio, para hacer el mayor sacrificio de todos, este incidente debe haberlo perturbado. Por este tiempo, cuando aún estaban cerca del Jordán, Salomé, la esposa de Zebedeo, y sus dos hijos, Santiago y Juan, vinieron a Cristo con una petición.

La madre habló primero, pero fue secundada por sus hijos. Jesús, en su bondad, tuvo en cuenta su debilidad y escuchó su petición, que no se distinguió precisamente por la mansedumbre. Pidieron con mucha urgencia que se les permitiera ocupar los lugares de honor, a la derecha ya la izquierda de Jesús, en el Reino de la Gloria. Vemos aquí "que Santiago y Juan se comportan con una maldad sin medida, ya que simplemente quieren obligar a Cristo el Señor a hacer algo especial de ellos ante los otros discípulos.

No sólo está el pecado vergonzoso (que es inusualmente objetable en el caso de los predicadores), el orgullo y el propio honor; porque el que mira su propio honor, beneficio y cosas semejantes, y modela su predicación en consecuencia, no hará mucho bien; pero tales personas tampoco tienen idea de lo que Cristo y Su reino realmente representan. Porque suponen que Él comenzará un reino mundano, como otros señores mundanos.

Que quiere perdonar los pecados y dar la vida eterna, y que tienen necesidad de ella, en eso no piensan, sino suponen que si sólo son grandes príncipes y señores, les bastaría. Y los otros diez discípulos no son mucho más sabios ni más piadosos. Porque a causa de estas cosas comienzan a murmurar, y no querían dar ventaja a los dos hermanos".

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