Y Jesús le dijo: Ve; tu fe te ha salvado. Y al instante recobró la vista, y seguía a Jesús por el camino.

Jesús ahora estaba satisfecho en cuanto a la sinceridad y la fe del hombre. Tan pronto como expresó el deseo de ver al ciego, hubo un marcado cambio en la actitud de la gente. Probablemente los mismos que eran tan insistentes en ordenarle al mendigo que se callara ahora le mostraron toda su atención. Sin duda, la espera de un milagro también los estimuló a una mayor actividad y bondad. Llaman al ciego de todos lados: ¡Ánimo, levántate, Él te llama! Ahora están ansiosos con su asistencia absolutamente fiel a la vida.

El efecto de todo esto en el mendigo fue electrizante: después de arrojar su manto y ponerse de pie de un salto, vino a Jesús, asistido por manos dispuestas. Ante la pregunta del Señor, sólo tiene una súplica, pronunciada ahora con un aire de confiada expectativa. Estaba seguro de que el Hijo de David podría ayudarlo, y no dudó de que el Mesías lo ayudaría, si Él así lo deseaba: Rabuni, que se me abrieran los ojos.

Jesús conocía su fe y lo trató en consecuencia. Lo despidió con las palabras: Tu fe te ha salvado, te ha sanado. Por su fe, el Señor había escuchado su oración, porque la fe es la fuerza más grande del mundo. Inmediatamente se realizó el milagro, y el ex ciego ahora se unió a los discípulos y siguió a Jesús mientras se dirigía a Jerusalén. Esta notable curación es otra prueba, no sólo del poder soberano, sino también de la benevolencia de Jesús. Su bondad y compasión son sus características más destacadas en esta historia, hecho que redunda también en nuestro consuelo.

Resumen. Jesús da una lección sobre el matrimonio y el divorcio, bendice a los niños que le traen, es entrevistado por el joven rico y aplica la lección del incidente, hace otra predicción sobre su Pasión, reprende suavemente a los hijos de Zebedeo y a todos sus apóstoles por su ambición, y sana al ciego Bartimeo.

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