Y excepto que el Señor hubiera acortado esos días, ninguna carne sería salva; mas por causa de los escogidos que él escogió, acortó aquellos días.

La profecía de Cristo aquí se vuelve tan vívida que los apóstoles tenían el cuadro completo ante el ojo de su mente; la huida precipitada, el miedo y el terror, las mayores penalidades que caen sobre los que por naturaleza son menos capaces de soportarlas. La condición de aquellas que recién se habían convertido o estaban a punto de convertirse en madres sería de lo más lamentable, ya que estarían severamente impedidas para una partida apresurada.

Y en cuanto a todos ellos, debían implorar a Dios con el mayor fervor que su huida no tuviera lugar en el invierno, cuando la incomodidad de la estación sería un inconveniente adicional. Jesús usa una figura muy fuerte en este punto: Los días serán de tribulación. La gente estaría tan completamente sumergida y abrumada por el horror de todo eso que no sería capaz de ver nada más que estos miedos y luchas; habría tales infortunios y pruebas sin nombre que todas las experiencias calamitosas de toda la raza humana serían eclipsadas.

El asedio y destrucción de Jerusalén fue el espectáculo más sangriento que el mundo jamás haya visto, y la aflicción real de aquellos días no ha sido igualada desde entonces. Si no hubiera sido por el acortamiento misericordioso de esos días fuera, por consideración a los que eran de Dios, ninguno se salvaría. Nota: Jesús atribuye aquí tanto la creación como la obra de redención a Dios; Él ha creado toda la creación, y Él ama y cuidará de Sus creyentes, Él escuchará su intercesión por los demás con amorosa bondad.

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