Y llamando a sus doce discípulos, les dio poder contra los espíritus inmundos, para expulsarlos, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia.

La primera parte del ministerio galileo de Cristo había terminado. Él había difundido el mensaje del Evangelio por Su predicación personal en todas partes del país del norte. Pero las condiciones, como acababa de decir a sus discípulos, exigían al mismo tiempo un trabajo más general y más intenso. Y así comisionó a Sus doce discípulos, los doce que más tarde se distinguirían con ese nombre, cuya relación con el Señor había sido inusualmente íntima desde el principio.

Tenía muchos otros discípulos o adherentes. Su Palabra no había regresado vacía. La mayoría de los que habían experimentado Su poder sanador habían aceptado Su Evangelio y eran Sus verdaderos creyentes. Muchos de ellos se quedaron en sus propios hogares, testificando del Señor en alguna ocasión. Otros, y entre ellos estos doce como los más destacados, acompañaron al Señor en todos o en la mayoría de sus viajes. A los doce los llamó aquí para una misión especial.

La suma de su mandato para ellos: poder sobre los espíritus inmundos y poder para curar tanto las enfermedades más graves como las dolencias o debilidades del pueblo. La autoridad para sanar era especialmente necesaria para la obra en Galilea, ya que la fama de Jesús se basaba en gran medida en sus milagros, y el populacho, naturalmente, exigiría alguna prueba de su comisión, si afirmaban haber sido enviados por Cristo.

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