No temáis, pues, sois más valiosos que muchos pajarillos.

¿Por qué albergar miedo? Todo lo que los enemigos perseguidores pueden destruir o herir es el cuerpo, si Dios así lo permite. Solo un temor puede y debe vivir en los corazones de los discípulos de Cristo, un temor profundamente arraigado, un asombro y una relevancia que no teme al castigo, sino que permanece en el temor santo de Aquel que juzga y condena tanto el alma como el cuerpo en destrucción eterna. Porque este no es un mero tentador humano, que trata de dañar el alma de su prójimo llevándolo al pecado, ni es Satanás, porque no tiene poder absoluto sobre el cuerpo y el alma.

Es el gran Dios, el mismo Juez divino. El miedo a los enemigos humanos implica falta de fe en Él, lo que a su vez puede conducir a la negación y, por lo tanto, a la condenación. Y otra vez: ¿Por qué miedo? Tan poco vale el gorrión que uno se vende por medio assarion, menos de un centavo; tan pequeña es la pérdida de un solo cabello que ni siquiera se nota. Y sin embargo: Ni una sola de las aves más bajas cae a tierra sin el consentimiento de Dios; los cabellos muy individuales de nuestra cabeza están numerados.

¿Permitirá Aquel cuyo cuidado abarca los detalles más pequeños de la vida cotidiana que sucedan daños a aquellos que ponen su confianza inquebrantable en Él? Aquel que da la seguridad de que somos preferidos sobre muchos gorriones, ¿permitirá que los enemigos dañen nuestros cuerpos?

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