Pero luego Jesús les habló, diciendo: Tened buen ánimo; esto soy yo; No tengas miedo.

Casi toda la noche Jesús la había pasado en oración, casi toda la noche sus discípulos habían luchado para llegar a la orilla opuesta. Fue en la cuarta y última vigilia de la noche, entre las tres y las seis de la mañana, cuando la extrema oscuridad se disolvía en una aurora gris, cuando Jesús salió hacia ellos, caminando sobre el mar, sobre las aguas, como el evangelista dice dos veces. Los discípulos, que eran dados a la superstición, como la mayoría de los judíos, estaban llenos del miedo más extravagante, siendo muy fuerte el temor a los fantasmas, espectros o espíritus.

Gritaban de miedo. Pero la voz tranquila de Jesús les asegura. Así los creyentes, como dice Lutero, en medio de su tribulación, no creen que Dios sea Dios, sino que piensan que es un fantasma que viene a espantarlos y destruirlos, rodeados como están de sus tribulaciones. Pero Él siempre demostrará ser el Señor clemente y misericordioso.

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