Entonces los discípulos entendieron que les hablaba de Juan el Bautista.

El hecho de haber visto al profeta Elías en la visión en la montaña les recordó el dicho de los escribas, probablemente basado en Malachia 4:5 , en cuanto a la venida de Elías. Entendían que Elías reaparecería en persona, resolvería las disputas entre las diversas escuelas judías, devolvería la olla del maná y la vara de Aarón y santificaría al pueblo mediante un lavado extraordinario.

Jesús concede la exactitud de la idea: Elías, según la profecía, debía venir con el propósito de restaurar todo entre los judíos a su estado propio, como el Señor quería que fuera. Debía preparar el camino para el Señor mismo. Pero el Señor critica el hecho de que los escribas y el pueblo judío en general no reconocieron al segundo Elías como tal, sino que hicieron lo que quisieron con él.

Los líderes del pueblo lo rechazaron, y el tetrarca disoluto y adúltero lo mató. Compartió el destino de la mayoría de los profetas que anteponen la intrépida confesión de la verdad a la preocupación por su propia seguridad y bienestar. Desde el rechazo de Su heraldo hasta la negación del Mesías mismo hay sólo un pequeño paso; y aun de la misma manera le harán sufrir. Esta explicación fue suficiente para abrir los ojos de los discípulos; entendieron que Juan el Bautista era el Elías que había de venir antes del día grande y terrible del Señor.

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