EL LIBRO DEL PROFETA EZEQUIEL

INTRODUCCION

El nombre Ezequiel significa "al cual Dios fortalecerá" [Gesenius]; o "Dios prevalecerá" [Rosenmuller]. Su padre era Buzi (cap. 1:3), sacerdote, y es probable que Ezequiel mismo haya ejercido el oficio sacerdotal en Jerusalén, antes de que fuera tomado cautivo, juzgándose por el carácter sacerdotal reflejado en sus profecías, circunstancia ésta que aumentó grandemente su influencia sobre sus compatriotas cautivos en Babilonia.

La tradición indica a Sarera como el lugar de su nacimiento. Ezequiel fué llamado a profetizar cinco años después de ser llevado cautivo por Nabucodonosor juntamente con Joaquín rey de Judá, (véase 2 Reyes 24:11) el año 599 a. de J. C. Parece que entre aquellos primeros cautivos se encontraba lo mejor del pueblo judío. (cap. 11:16; Jeremias 24:2, Jeremias 24:8,10). Los israelitas impíos estaban dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de quedarse en su tierra; mientras que los fieles creyeron a los profetas y se rindieron al primer llamamíento, comprendiendo que éste era el único camino de seguridad. Estos últimos habiéndose adherido a los principios teocráticos, fueron de los primeros que los caldeos trasladaron a Babilonia creyendo que de esta manera la nación desaparecería por sí sola. Además de esto, fueron despreciados por sus hermanos libres que quedaron en la Tierra Santa, quienes aún no habín sido llevados cautivos porque lejos de Jerusalén no podían participar en los sacrificios del templo. Por lo tanto el ministerio de Ezequiel aunque ejercido en el cautiverio, fué má feliz y menos estorbado por sus compatriotas y compañeros de exilio, que el de Jeremías en Jerusalén. Un lugar próximo al río Quebar, el cual desagua en el Eufrates, cerca de Circesio, fué el primer escenario de las profecías de Ezequiel (cap. 1:1). El pofeta resifía en Tel-abib (ahora Thallaba, cap. 3:15), y allí se juntaban los ancianos del pueblo para preguntarle acerca de los mensajes que recibía de Dios respecto a los exiliados. Ellos anhelaban regresar a Jerusalén, pero Ezequiel les enseñó que primeramente debían volver a Dios. Continuó profetizando por lo menos veintidós años, es decir, hasta el año vigésimo séptimo del cautiverio (cap. 29:17), y es probable que se haya quedado con los cautivos junto al río Quebar durante el resto de su vida. Un tratado, atribuído falsamente a Epifanio, declara que el profeta fué muerto en Babilonia por un príncipe de su nación a quien haban reprendido por su idolatría.

Ezequíel fué contemporáneo de Jeremías y Daniel, pero Jeremías había profetizado ya 34 años antes que Ezequiel, y continuó por seis o siete años más después de él. El llamamiento de Ezequiel aconteció el año despué de que fueron comunicadas las predicciones de Jeremías acerca de Babilonia (Jeremias 51:59), y fué divinamente destinado como secuela de aquellas predicciones. Las predicciones de Daniel, en su mayoría, son posteriores a las de Ezequiel, pero la santidad y sabiduría del vidente habían llegado a ser proverbiales en la primera etapa del ministerio de Ezequiel (cap. 14:14, 16; 28:3). Ambos profetas se asemejan mucho, especialmente en cuanto a las visiones e imágenes grotescas, que respectivamente usan. Es una prueba extraordinaria de la autenticidad del libro, el hecho de que en Ezequiel no se encuentre ninguna pofecía contra Babilonia entre quellas dirigidas contra los enemigos del pueblo del pacto. Es probable que él haya querido evitar ofender inútilmente al gobierno bajo el cual vivía. El resultado de su labor profética, se manifiesta en el carácter mejorado de la gente hacia el fin del cautiverio, y su abandono general de la idolatría y su vuelta a la ley divina. Fué poco más de treinta añ después del fin de su labor, cuando se decretó la restauración de los judíos en su patria.

La característica sobresaliente en el profeta Ezequiel es su energía realista y resuelta, lo que admirablemente le capacitó para oponerse a la "casa rebelde de Israel", de "frente obstinada y duros de corazón", y para mantener al mismo tiempo la causa de Dios entre sus compatriotas en una tierra extraña, cuando la armazón o motivo exterior de la nacionalidad israelita se había deshecho. Su estilo es llano y sencillo; sus conceptos son precisos, y los detalles, aun los que tienen que ver con las partes simbólicas y enigmáticas de sus profecías, se relatan con una minuciosidad natural. La obscuridad se manifiesta más bien en la substancia, no en la forma, de sus comunicaciones. El elemento sacerdotal predomina en sus profecías debido a su entrenamiento previo como sacerdote. Ezequiel se deleita en el templo, y halla en sus formas simbólicas las imágenes o ilustraciones necesarias para comunicar sus instrucciones. Todo esto fué ordenado divinamente para satisfacer la necesidad espiritual que se hacía sentir en el pueblo, debido a la ausencia del templo visible y de sus sacrificios. En la descripción de sus imágenes, Ezequiel se muestra magnífico, aunque austero y un tanto áspero. Abunda en sus repeticiones, no para adornar sino para dar fuerza y peso a su mensaje. Solamente en muy pocas porciones de su libro se encuentra el paralelismo poético, como en los caps. 7; 21; 27; 28; 29-31. Su objeto principal fué el de estimular las mentes inactivas de los judíos, y para esto, nada mejor que el uso de los símbolos misteriosos, expresados con las palabras más sencillas. Los hombres superficiales, volátiles y voluntariamente incrédulos, quedarían de este modo en una ceguedad judicial (Isaías 6:10; Mateo 13:11, etc.), mientras que los que tenían mejor disposición acerca de la verdad serían conducidos y estimulados a hacer una investigación más profunda en cuanto a las cosas de Dios, debido a la misma obscuridad de los símbolos. El descuido practicado respecto a este propósito divino ha llevado a los judíos de hoy a magnificar esta obscuridad a tal grado que se ha ordenado que ninguno lea este libro mientras no haya cumplido los treinta años de edad.

Se dice que el Rabí Hananías llegó a resolver satisfactoriamente las dificultades (Mischna) que se alegaron en contra de la canonicidad del libro de Ezequiel. Sir 49:8 se refiere a este libro, como también lo hace Josefo en "Antigüedades,Sir 10:5, sección 1. Además, como parte del canon, se menciona en el catálogo de MELITO (Historia Eclesiástica de Eusebio, Sir 4:26) y también en Origenes, Jerónimo, y en el Talmud. La unidad de tono a través del libro y la repetición de algunas expresiones favoritas del autor excluyen la sospecha de que ciertas porciones aisladas no sean genuinas. La primera parte, caps. 1-32, que trata mayormente del pecado y el juicio, es la clave para interpretar la segunda que contiene más esperanza y alegría, pero más remotas en cuanto a fecha. De esta manera se imparte una unidad y un carácter ordenado y progresivo al libro entero. La destrucción de Jerusalén es el punto céntrico en todo el libro. Antes de que esto ocurriese el profeta llama al pueblo al arrepentimiento, y le advierte el peligro de poner una confianza ciega en Egipto (cap. 17:15-17; Véase Jeremias 37:7) o en cualquier otro apoyo humano. Después consuela a los cautivos prometiéndoles una liberación y restauración futuras. Sus profecías contra las naciones extranjeras se colocan entre estas dos grandes divisiones, y fueron pronunciadas en el intervalo comprendido entre la intimación de que Nabucodonosor estaba sitiando a Jerusalén y la llegada de las noticias de que había tomado la ciudad (cap. 33:21).

Havernick divide el libro en nueve secciones: 1. El llamamiento de Ezequiel para profetizar (caps. 1:1-3:15); 2. Predicciones simbólicas sobre la destrucción de Jerusalén (caps. 3:16 a cap. 7); 3. Un año y dos meses más tarde la visión del templo profanado por el culto a Tammuz o Adonis; el consiguiente derramamiento de fuego que Dios envía sobre la ciudad y el abandono del templo para mostrarse a un pueblo que lo busca en el destierro. Después vendrán tiempos mejores y más puros. (caps. 8-11); 4. Exposición de los pecados peculiares prevalecientes entre las diversas clases: sacerdotes, profetas y príncipes (caps. 12-19); 5. Un año más tarde la amonestación de que sobrevendrá el juicio a causa de la culpabilidad nacional, se repite con mayor claridad al acercarse el tiempo de su cumplimiento (caps. 20-23); 6. Dos años cinco meses más tarde, el mismo día en que habla Ezequiel, es anunciado como el día en que comienza el sitio de Jerusalén; la ciudad será derribada (cap. 24); 7. Predicciones contra las naciones extranjeras durante el intervalo de su silencio divino acerca de su propio pueblo. Si el juicio comienza por la casa de Dios con mucha más razón visitará al impío, (caps. 25-32). Algunas de estas predicciones fueron pronunciadas mucho más tarde que otras, todas comenzaron a ser divulgadas después de la caída de Jerusalén. 8. En el año duodécimo de la cautividad, cuando los fugitivos de Jerusalén (cap. 33:21) habían aparecido en Caldea, el profeta predice mejores tiempos, el restablecimiento de Israel, y el triunfo del reino de Dios en la tierra sobre sus enemigos: Seir, los paganos y Gog (caps. 33-39); 9. Después de un intervalo de trece años llega la división final del orden y la hermosura del reino restaurado (caps. 40-48). La particularidad de los detalles en cuanto al templo y sus ofrendas tiende más bien a desfavorecer la idea de que esta visión fuera sólo simbólica y de ninguna manera literal. El acontecimiento mismo puede aclarar esto. En todo caso no se ha cumplido aún; su cumplimiento pertenece al futuro. Ezequiel fué el único profeta (en el sentido estricto de la palabra) entre los judíos de Babilonia. Daniel fué más bien un vidente que profeta, porque el espíritu de profeta le fué dado no para capacitarlo en el ejercicio de un oficío de carácter espiritual, sino para revelar acontecimientos futuros. Su posición en el palacio de un rey pagano le facilitó la ocasión de hacer públicas las revelaciones concernientes a las relaciones externas del reino de Dios con los reinos del mundo, por lo cual su libro está clasificado por los judíos entre los "Hagiógrafa", o "Escritos Sagrados", y no entre las escrituras proféticas. Por otro lado, Ezequiel fué distintamente un profeta, y uno que tuvo que ver con los asuntos internos del reino divino. Como sacerdote, al ser desterrado, su ministerio solamente fué transferido del templo visible de Jerusalén al templo espiritual de Caldea.

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