Ustedes son mis amigos. Maravillosa condescendencia, dice San Agustín, en nuestro bendito Redentor, que era tanto Dios como hombre, al llamar amigos suyos a criaturas tan pobres y pecadoras; quienes, cuando hemos hecho todo lo que podemos y debemos, siguen siendo siervos inútiles. Los he llamado amigos míos, porque les he dado a conocer, etc. Sólo podemos comprender estas palabras, como advierte San Juan Crisóstomo, de todas las cosas que ellos fueron capaces de comprender o que convenía comunicarles; porque, como Cristo les dice en el próximo capítulo (vers. 12) , tengo muchas cosas que decirles, pero ahora no las puede soportar. (Witham)

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