Una cosa es producir frutos de penitencia y otra producir frutos dignos. Debemos saber que el hombre que no ha cometido nada ilícito, puede tener derecho a usar las cosas lícitas del mundo y puede realizar obras de piedad, sin renunciar a placeres inocentes, a menos que le plazca. Pero, si ha caído en grandes delitos, se abstenga de lo lícito, por cuanto haya transgredido, cediendo a la culpa.

Tampoco se requiere igual penitencia del que ha pecado poco y del que ha cometido muchos delitos. Y aquellos, cuya conciencia los convence, trabajen para acumular un tesoro de buenas obras, proporcional al daño que se han hecho a sí mismos con sus pecados. (San Gregorio, hom. Xx. En Evang.) --- No es suficiente que los penitentes abandonen sus pecados, también deben producir frutos dignos, según el salmista, rechazar el mal y hacer el bien.

(Salmo xxxvi.) Como no es suficiente sacar el dardo; y la aplicación externa también es necesaria. Dice no frutos, sino frutos, para mostrar la abundancia de buenas obras que debemos realizar. (San Juan Crisóstomo, hom. X. Sobre S. Matt.) --- No quiere decir que no descendieron de Abraham, pero que su descendencia de Abraham no les serviría de nada, a menos que mantuvieran la sucesión. de sus virtudes.

(San Juan Crisóstomo, hom. Xi. Y xii. Sobre S. Matt.) --- ¿Qué pueden pensarse sino piedras, que se han entregado a la adoración de las piedras; a los cuales, dice el salmista, son asimilados, ¿quienes depositan su confianza en ellos? Con esto profetiza el Bautista, que la fe se infundirá en los corazones de piedra de los gentiles, quienes por la fe llegarán a ser hijos de Abraham. (San Ambrosio) --- Considere, dice St.

Juan Crisóstomo, cómo San Juan los saca de jactarse de su linaje y confiar en su descendencia de Abraham, para poner su esperanza de salvación en la práctica de la penitencia y una vida santa. (hom. xi.) --- Una lección esta para los católicos, no esperar encontrar misericordia en el último día, por ser miembros de la verdadera religión, a menos que estén a la altura de las máximas que prescribe. Si tuviera toda la fe para mover montañas y no tuviera caridad, no soy nada. (1 Corintios xiii. 2.)

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