Hasta setenta veces siete; es decir, 490 veces; pero se pone a modo de número ilimitado, para significar que debemos perdonar las ofensas privadas, aunque tan a menudo se nos haga a nosotros. (Witham) --- Cuando nuestro hermano peca contra nosotros, debemos lamentarnos por él por el mal que ha cometido; pero por nosotros mismos debemos regocijarnos grandemente, porque de ese modo somos hechos como nuestro Padre celestial, que pide al sol que brille sobre buenos y malos.

Pero si la idea de tener que imitar a Dios nos alarma, aunque no le parezca difícil a un verdadero amante de Dios, pongamos ante nuestros ojos el ejemplo de sus siervos predilectos. Imitemos a José, quien, aunque reducido a un estado de la más abyecta servidumbre por el odio de sus hermanos antinaturales, sin embargo, en la aflicción de su corazón, empleó todo su poder para socorrerlos en sus aflicciones.

Imitemos a Moisés, quien después de mil injurias, elevó sus fervientes súplicas a favor de su pueblo. Imitemos al bienaventurado Pablo, quien, aunque diariamente sufría mil aflicciones por parte de los judíos, todavía deseaba convertirse en anatema para su salvación. Imitemos a Esteban, quien, cuando las piedras de sus perseguidores lo cubrían de heridas, oró para que el Todopoderoso perdonara su pecado.

Sigamos estos ejemplos admirables, entonces apagaremos las llamas de la ira, luego nuestro Padre celestial nos concederá el perdón de nuestros pecados, por los méritos de nuestro Señor Jesucristo. (San Juan Crisóstomo, hom. Lxii.)

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