Por tanto, el pecado de los jóvenes fue muy grande ante el Señor, fue un ultraje equivalente al sacrilegio; porque los hombres aborrecieron la ofrenda del Señor, la despreciaron y blasfemaron como una forma de injerto en los lugares santos. Ese es el colmo de la corrupción en la Iglesia, cuando los propios servidores del santuario son sinvergüenzas impíos, que solo tienen en vista su avance temporal, y así dan ocasión a los enemigos del Señor para blasfemar.

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