Ahora, después de la muerte de Joiada, vinieron los príncipes de Judá y se rindieron al rey. Mientras vivía el anciano sacerdote, no se habían atrevido a mostrar su preferencia por las costumbres idólatras de los paganos, pero pensaban que había llegado el momento de imponerse y de hacerse con el control del rey. Entonces el rey los escuchó, dejándose llevar por sus perversos susurros. Este incidente muestra cuán profundamente se había corrompido la nación en el momento de la reforma de Joiada, cuán firmemente incluso los líderes habían estado apegados a la idolatría.

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