Y él, David, inclinó el corazón de todos los hombres de Judá, como el corazón de un solo hombre, ganándolos por completo para su lado, de modo que enviaron esta palabra al rey: Vuélvete tú y todos tus siervos. David había sido lo suficientemente astuto como para darse cuenta de que habría sido una mala política imponerse a su tribu, así como habría sido una tontería esperar una invitación general y espontánea de su parte. Sin embargo, asegurándoles su favor y recordándoles la relación entre él y ellos, eliminó todas las dificultades.

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