Por tanto, en ese momento, de acuerdo con el anuncio del heraldo, cuando todo el pueblo oyó el sonido de la corneta, flauta, arpa, saco, salterio y toda clase de música, todo el pueblo, aquí representado por sus respectivos gobernantes, las naciones y las lenguas, todas las que habían aparecido para la gran celebración, se postraron y adoraron la imagen de oro que el rey Nabucodonosor había erigido.

Cabe señalar aquí que, mientras que la mayoría de las naciones paganas toleraban a los dioses de los países conquistados por ellos, al mismo tiempo requerían de los pueblos sometidos una mayor veneración por sus propios dioses, cuya superioridad consideraban plenamente establecida por los hecho de ser vencedores.

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