Regocíjense, oh naciones, con su pueblo, porque todos los hombres están incluidos en el amor de Dios; porque Él vengará la sangre de sus siervos, y se vengará de sus adversarios, y será misericordioso con su tierra y su pueblo. Mediante el castigo de los audaces ofensores y la extirpación de la idolatría, Dios tenía la intención de expiar la culpa que descansaba sobre su pueblo y su país, y así consagrar y santificar tanto la tierra como el pueblo, su congregación de creyentes. Así Moisés, al final de su cántico, profetiza de la Iglesia del Nuevo Testamento, que servirá al Señor en justicia y santidad.

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