Y le dijeron: Hemos tenido un sueño y no hay quien lo interprete. La interpretación de los sueños, que en aquellos días se consideraban presagios del bien o del mal, estaba en manos de una clase especial de hombres que sacaban provecho de su trabajo. Los prisioneros no podían consultar a una persona así sobre sus sueños, y eso los preocupaba, los ponía malhumorados. Y les dijo José: ¿No son de Dios las interpretaciones? Dímelo, te lo ruego.

Les recordó el hecho de que Dios, que envía sueños significativos, es el único que puede proporcionar interpretaciones auténticas; pero insinuó, al mismo tiempo, que el don de interpretación podría hallarse en él, porque debe haber sabido que el Señor le reveló las cosas de esta manera. Los cristianos no atribuirán un significado indebido a los sueños ni ridiculizarán la idea de que Dios, incluso ahora, pueda revelar los asuntos a los hombres de esta manera.

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